viernes, 1 de julio de 2011

Historias de Gestalt: Llenar los Vacíos de la Personalidad

Vacíos en la Personalidad

Podemos entender la personalidad como el repertorio de formas de actuar, pensar y sentir de las que disponen las personas. Es un conjunto de herramientas con las que enfrentamos la vida. Mientras más herramientas tengamos, mayor será nuestra capacidad de responder de forma satisfactoria para nosotros y los demás frente a las situaciones con que la vida nos enfrenta. Por ejemplo, si tengo la capacidad de ser agresivo, cuando sea necesario podré defender mis puntos de vista, poner límites, etc. Si tengo la capacidad de ser suave, podré ser amable y tierno cuando sea necesario y así sucesivamente. No hay una forma correcta o incorrecta de ser, sino que en cada situación es posible actuar, pensar y sentir de forma más adecuada o menos adecuada a nuestras necesidades y a lo que la situación requiere.

Sin embargo, en la medida que nos enfrentamos a situaciones difíciles en la vida, vamos desechando algunos modos de ser ya que hemos tenido malas experiencias con ellos, o bien, imaginamos que si los usáramos podríamos pasarlo muy mal. Esto empobrece nuestra capacidad de enfrentarnos de forma satisfactoria y creativa a diversas situaciones.

Supongamos que de niño yo hubiese crecido en una familia en la que no estaban permitidas las expresiones de enojo. Cada vez que lo hacía, recibía juicios negativos y desaprobación. Es posible que en un contexto así yo hubiese decidido; “no expresaré mi enojo ya que si lo hago, entonces soy un niño malo. Debo ser bueno o nadie me va a querer.” Así, me convertí en un especialista en ser bueno, siempre comprendiendo a los demás, siempre siendo muy razonable y amable con todos. En la actualidad, será probable que en las situaciones que requieran comprender a otros, ser amable y razonable, funcionaré muy bien, sin embargo, cada vez que me veo enfrentado a una situación en la que se requiere agresividad –como poner límites y cuidar mi espacio, defender mis puntos de vista o decir “no”, etc.-, tendré problemas. Esto es a lo que en Gestalt llamamos un hueco o un vacío en la personalidad.

Existen muchos tipos de vacíos en la personalidad. Está quien no puede darse aprecio a sí mismo, quién no puede expresar sus sentimientos, quién no puede reconocer sus necesidades, quién no puede pedir, quién no puede permitirse un momento de debilidad, etc, etc, etc. Estos vacíos generan una gran cantidad de síntomas diversos –o sufrimiento- a través de los cuáles nos hacemos la vida miserable a nosotros mismos y a los demás.

Por ejemplo, quien no puede apreciarse a sí mismo, depende del aprecio que le den los demás y es posible que de no recibirlo, se vuelva agresivo y resentido con ellos al tiempo que tiene pavor de la soledad. Quién no puede permitirse la debilidad posiblemente tenga la necesidad de mantener todo bajo control volviéndose exigente y crítico con los demás para que “todo salga bien”, agotándose con los grandes esfuerzos que realiza para mantener su actuación de “fuerte” –no sería raro que además tuviese episodios depresivos-. Quién no puede expresar su enojo de modo asertivo posiblemente agreda de forma pasiva y experimente fuertes tensiones corporales generándose dolores musculares y de cabeza cada vez que se enoja, manipulando además a los otros con su actitud de víctima.

El Perseguidor Perseguido

¿A dónde se van esas formas de actuar, sentir y pensar que rechazamos en nosotros mismos? Es evidente que a pesar que alguien se diga a sí mismo “yo no debo enojarme”, se enoja ante un sinnúmero de situaciones, aún cuando no tenga consciencia de hacerlo, o la persona que no quiere ser vulnerable, es de hecho, tan vulnerable como cualquier otra a pesar de que haga miles de maniobras mentales y conductuales para seguir creyendo lo contrario.

No queremos confesarnos a nosotros mismos lo que realmente somos ya que hemos aprendido a temernos. Entonces, la persona que niega su enojo cuando está enojada, necesita forzosamente identificar el enojo en algún lugar del mundo –ya que al parecer alguien está enojado-, y dado que su propia rigidez le impide ver que el sentimiento le pertenece, acaba culpando a los demás de estar enojados. Este es el conocido mecanismo de defensa llamado proyección; aquello que rechazo de mí y no puedo reconocer como mío, se lo atribuyo a los demás.

Esta forma de proyección genera una serie de confusiones en nuestras relaciones interpersonales. Quién proyecta sus impulsos agresivos tendrá la impresión que las demás personas sienten hostilidad hacia él, creándose experiencias paranoicas, intuyendo equivocadamente que los demás albergan el secreto deseo de dañarlo. O la persona que proyecta su propia vulnerabilidad y necesidad de afecto podrá tener la impresión que los demás son demasiado frágiles y necesitados, dedicando en consecuencia su vida a proteger a los demás, encargándose, entrometiéndose y desgastándose por problemas ajenos que no le corresponde asumir.

Como si esto no fuera poco, nos volvemos perseguidores de aquellas personas que muestran esas actitudes que rechazaríamos en nosotros. Nos perturban las personas que se permiten este tipo de actitudes. Sentimos que tenemos un problema con los demás, cuando en realidad el problema es con nosotros mismos. De este modo gastamos una gran cantidad de energía en conflictos que creemos tener con los demás. Quien se niega la posibilidad de sentir aprecio hacia sí, sentirá envidia de las personas que se sienten satisfechas de sí mismas, o la persona que no puede enojarse tendrá un fuerte prejuicio con quienes actúan de modo más agresivo que ella. Y, peor aún, si nos relacionamos a diario con personas que se permiten aquellas actitudes que nosotros rechazamos, nos veremos fácilmente agobiados por el conflicto que esto significa para nosotros. Un conflicto que en realidad está dentro de nosotros, acaba convirtiéndose en una dificultad interpersonal.

Si debido a un descuido nos encontramos mostrando aquellas formas de actuar, sentir y pensar que tanto perseguimos en los demás, lo más probable es que nos castiguemos y entonces nos queramos menos. Así, el perseguidor se ha convertido en perseguido.

Recuperar Aquello que Hemos Perdido

Resulta paradójico el hecho que a pesar de perseguir estas actitudes en otros, en algún lugar oculto de nuestro ser, albergamos el secreto deseo de permitírnoslas; la persona que ha pasado su vida negando sus impulsos agresivos tendrá la necesidad oculta de expresarlos, la persona que ha pasado la vida negando sus impulsos egoístas –y en consecuencia siendo demasiado generosa con otros-, tendrá la necesidad de anteponer sus propias necesidades sobre las de los demás. Hemos estado estirando un elástico por demasiado tiempo. Si pudiésemos permitirnos aquellas actitudes que perseguimos y condenamos en otros, nos sentiríamos aliviados y además, aquellos vacíos que tiene nuestra personalidad dejarían de ser tales.

En este punto alguien puede preguntar, ¿Y si me molestan las actitudes criminales, todo esto significa que tendría que permitírmelas? ¿Significa que debería convertirme en una persona que no me gustaría ser? No. Es más preciso decir que esas actitudes necesitan ser integradas a nuestra personalidad, cuestión muy diferente a manifestarlas de modo mecánico e impulsivo en uno mismo.

Cada modo de ser, por malo que nos parezca, posee toda una constelación de capacidades diversas. Por ejemplo, es muy posible que un modo arrogante de ser incluya una serie de capacidades como el descaro –o la capacidad de expresarse sin preocupación por la opinión de los demás-, el egoísmo –o generosidad con uno mismo- y el sentimiento de superioridad –o capacidad de tenerse en alta estima a uno mismo-. En mi práctica clínica he visto una y otra vez cómo a personas que les molesta el modo arrogante de ser, tienen dificultades para expresarse por miedo a lo que otros puedan decir, dificultad para poner límites, centrarse en sus propias necesidades y una baja autoestima.

En la terapia Gestalt, a la persona que vive la vida quitándose autoimportancia de forma rígida y problemática, se le invitará a ensayar la actitud arrogante de modo que pueda vivenciar en sí misma el descaro, el egoísmo y el sentimiento de superioridad. No se le pide que se convierta en alguien arrogante, sino que por medio de la práctica de esta actitud, integre a su persona las capacidades a las que ha renunciado debido a su persecución de la arrogancia; la capacidad de autoexpresión, de generosidad consigo misma y la buena opinión de sí.

Al practicar las actitudes que condenamos, se nos abre la posibilidad de desentumecer algunas partes de nuestro ser que necesitan medios distintos a los habituales para salir a la luz. En vez de convertirnos en alguien que no quisiéramos ser, ahora tenemos más libertad para ser quienes somos.

Llenar los Vacíos de la Personalidad en Terapia Gestalt

En la terapia Gestalt disponemos de diversas técnicas para recuperar aquello que hemos proyectado. Una de las principales es el uso de la silla vacía, donde se le pide al consultante que a modo de representación teatral, actúe diversos personajes o aspectos de su propia personalidad. A continuación presento un ejemplo de este procedimiento, construido a partir del recuerdo de una sesión real.

Uno de los motivos por los cuales ella acudió a terapia era que sentía poca confianza en sus propias capacidades, lo cual la llevaba a evitar hacer esfuerzos para alcanzar sus metas pues anticipaba que cualquier esfuerzo que hiciese la llevaría a fracasar. La siguiente sesión fue una de las últimas:

P[1]: Hace unos días tuve una entrevista de trabajo… finalmente conseguí que me contraten en otra parte. Me gusta el lugar, estoy contenta. Me sentí muy nerviosa con la persona que me hizo la entrevista. Me molesta un poco la gente así…

T[2]: ¿Qué característica de ésa persona te puso nerviosa y qué te molesta?

P: Me daba la impresión de ser muy exitoso, hablaba fuerte, parecía muy seguro y muy profesional. También creo que debe ser exigente, él es el jefe del departamento y pienso que cuando las cosas no van como a él le parece no tiene reparos en criticar los errores de otros.

T: ¿Qué más sentiste al estar frente a él en la entrevista?

P: Me sentía muy pequeña, con la sensación de ser incapaz, poco competente… intimidada.

T: Ok, me parece que lo que sucede aquí es que estás poniendo fuera de ti tu propia capacidad de ser competente. Te quiero invitar a que te sientes en la silla que tienes frente a ti, que cierres tus ojos e imagines que eres este hombre. (Ella lo hace). Cuéntame cómo eres tú, cómo es tu forma de ser.

P (Como Jefe): Yo hablo fuerte cuando estoy con otras personas. Tengo voz de mando, si digo algo, todos me escuchan porque soy importante en este lugar. Trabajo mucho, me gusta controlar lo que sucede aquí, por eso a veces incluso trabajo horas extra. Si no mantengo el control de las cosas algo puede salir mal.

T: ¿Cómo te sientes al controlar las cosas y hablar fuerte a los demás?

P (Como Jefe): Bien, me gusta hacerlo, me gusta que se den cuenta de mí. Me gusta que los demás sientan que yo soy el que manda.

T: ¿Qué más me puedes contar sobre ti?

P (Como Jefe): Sé hacer mi trabajo y si alguien hace las cosas mal lo digo de inmediato. No lo hago de mala manera, pero soy directo y no ando con rodeos para decir las cosas.

T: ¿Y no te preocupa cómo puedan reaccionar los demás cuando eres directo?[3]

P (Como Jefe): No, porque sé que estoy en lo correcto cuando les digo cómo se deben hacer las cosas. Además las personas saben que soy el jefe y que está bien que les diga las cosas. Y si alguien se molesta, eso no es problema mío, mi deber es hacer que las cosas se hagan bien, no preocuparme por los sentimientos de los demás.

T: O sea, tu sabes que en tu rol lo que corresponde es que seas eficiente y ayudar a que los demás lo sean también…

P (Como Jefe): Si, si alguien se ofende no me corresponde a mí preocuparme por eso.

T: ¿No te preocupa que se enojen contigo?

P (Como jefe): A veces se enojan… pero después se pasa y al final funcionamos como es necesario.

T: ¿Cómo te sientes corporalmente en este momento, mientras representas a este jefe?

P (Como Jefe): Es curioso, me siento muy diferente a mi misma… me siento grande, como si mi cuerpo estuviese expandido… lo definiría como sentirme libre.

T: Frente a ti está “P”, sentada. ¿Qué piensas sobre ella y qué sientes al verla?

P (Como Jefe): La veo demasiado callada, no saca la voz. Eso me hace pensar que no trabaja muy bien, que si le exijo mucho no va a poder cumplir, pienso que le falta fuerza para trabajar.

T: ¿Qué sientes hacia ella?

P (Como Jefe): Nada, indiferencia… la veo pequeña, no me llama la atención.

T: Cámbiate de asiento y sé tú misma (ella se cambia de asiento). Frente a ti está este hombre que te entrevistó. Cuéntale qué sientes al estar frente a él.

P (Como P): Me siento nerviosa al estar frente a ti… me intimida tu forma de hablar y siento que no te intereso, que soy insignificante.

T: Cámbiate y contéstale…

P (Como Jefe): Es que eres demasiado callada… como si tuvieras miedo de que alguien se moleste, no tienes firmeza y entonces no me llamas la atención.

T: Cámbiate y contéstale.

P (Como P): Es que me da miedo hablar más fuerte… me da miedo decir las cosas que me molestan a veces.

T: ¿Le puedes decir qué imaginas que pasaría si tú sacaras más la voz y manifestaras más tus molestias?

P (Como P): Si… imagino que si mostrara más lo que me molesta, la gente se alejaría de mí, les caería mal. Es que por fuera yo me muestro más suave y condescendiente, pero por dentro, en realidad me parezco bastante a él… soy crítica con los demás y muchas veces me siento enojada por los errores de otros..., soy dura con los demás en mi interior… incluso a veces puedo hablar fuerte y ser muy firme cuando digo algo… pero me da miedo que la gente no me quiera, que se aleje si muestro esta parte de mí.

T: Cámbiate de asiento y contéstale.

P (Como Jefe): Yo me doy cuenta que tú por dentro te pareces a mí. Te das cuenta de los errores que cometen otros y que los criticas. No te gusta mostrar esa parte de ti que tienes por dentro. Pero sabes, a mí me gusta esa parte tuya. Me gusta porque es fuerte… Yo soy así todo el tiempo y la gente me quiere igual… claro, a veces se molestan conmigo, pero igual me aceptan.

T: Cámbiate de asiento (ella se cambia)… ¿Qué sientes?.

P (Como P): Me siento bien al escuchar lo que dice. Tiene razón, yo por dentro soy firme, es verdad que tengo fuerza como él, solo que me da miedo que no me quieran.

T: ¿Podrías entonces permitirte mostrarle ésa parte a éste hombre? Dile lo que te gustaría decirle si muestras esa parte de ti.

P (Como P): Ya… ¿sabes?, no me gusta que me presiones todo el rato. Si quieres algo de mí basta que me lo digas una sola vez, así que no me andes vigilando todo el tiempo. También me molesta tu aire de superioridad. Todos somos personas aquí, así que no voy a tolerar que me trates con aires condescendientes.

T: ¿Qué sientes?

P (Como ella): Me siento bien. Ya no me siento menos importante que él. Siento que soy del mismo tamaño que él, como si yo ocupara más espacio que antes.[4]

T: Cámbiate de asiento. (Ella se cambia). ¿Te das cuenta del cambio que ha tenido P? ¿Qué sientes hacia ella al verla ahora?

P (Como Jefe): Si, me doy cuenta. Me resulta más atractiva… ahora me llama la atención. Me dan ganas de que trabaje para mí. La siento con más fuerza, me gusta que diga lo que piensa.

T: Cámbiate (ella se cambia). ¿Qué sientes al escucharlo?

P (Como Ella): (Sonríe) Me gusta… no me había dado cuenta que esta parte de mí podía gustarle a los demás. Me sorprende que ahora que le he mostrado mi lado fuerte yo le guste más y él crea que soy más capaz… en realidad me siento más capaz ahora, me siento más segura… siento que en realidad ya no es necesario que me guarde esta parte fuerte de mí, es un alivio sentir que la puedo mostrar y que incluso es mejor que lo haga, que me quieren más si lo hago que si no lo hago.

T: ¿Qué sientes al ver al este hombre que está frente a ti?

P: Ya no me siento intimidada. Me siento cómoda en su presencia porque le puedo decir lo que realmente pienso y no me va a rechazar por eso. Incluso podría decirle algo pesado y, aunque él se enoje, no me preocupa tanto como antes porque tengo más fuerza para defenderme.

T: Ahora que has recuperado tu fuerza, ¿cómo va a ser estar en tu nuevo trabajo?

P (Como Ella): Bueno, va a ser más fácil. No me voy a poner nerviosa con tanta facilidad y no me van a pasar a llevar. Si digo algo que me molesta sé que puedo hacerme escuchar… también creo que no me voy a sentir tan resistente a hacer lo que me piden, también voy a ser menos floja, porque me voy a sentir más libre, menos presionada.

Algunos Comentarios Sobre el Ejemplo

Como señalé más arriba, esta fue una de las últimas sesiones y yo diría que este último que hicimos, marcó el hito definitivo en su proceso terapéutico. En terapia Gestalt, entendemos que las comprensiones intelectuales acerca de lo que nos sucede son necesarias pero no suficientes para generar un cambio profundo en la personalidad. A través de técnicas como ésta invitamos a las personas a ensayar diversas actitudes, y así, recuperamos la capacidad de actuar, pensar y sentir que estaba inhibida o poco desarrollada.

Resulta sorprendente, por lo demás, lo sencillo que es para todas las personas –incluso quienes no se creen capaces- de representar roles y acceder así a potenciales propios desconocidos. La paciente, mientras representaba a este hombre mandón, no sólo se describía a sí misma como si fuese esta persona, sino que poco a poco, comenzó a experimentar su cuerpo de un modo distinto al habitual; se sintió expandida, grande y libre.

Si en un ejercicio tan sencillo ella puede acceder a esta posibilidad cabe preguntarse ¿Y por qué, si es tan fácil sentirse y actuar de modo distinto al habitual, nos resulta tan difícil cambiar?

Ella tenía miedo a no ser querida si se permitía esta actitud. Hemos aprendido a través de la vida que aquellas actitudes que tanto rechazamos pueden ser peligrosas. Cuando ella descubre que en el caso de permitirse la posibilidad de mostrar su lado “fuerte” no había peligro, sino todo lo contrario, se alegró y se relajó: ¡Descubrió que aquello que toda su vida se había prohibido ahora no significaba ningún peligro! Ahora puede ser ella misma –mostrar esa parte fuerte que ella siente que guarda en su interior- y dejar de jugar al rol de sumisa, incapaz y desmotivada. Descubrir que su fantasía catastrófica no tenía asidero en la realidad le permitió recuperar el aspecto proyectado.

Por último, cuando logramos integrar un aspecto proyectado dejamos de tener problemas con aquellas personas que poseen esa cualidad. En el ejemplo, una vez que ella integra su fuerza deja de sentirse intimidada por el jefe pues descubre que tiene los recursos necesarios para enfrentarse a él en caso de ser necesario. Esto es válido para todas las actitudes que nos perturban de los demás.

Trabajar con Nuestras Proyecciones en la Vida Cotidiana

Al lector interesado en integrar algunas de sus proyecciones le sugiero el siguiente ejercicio. Piensa en alguna actitud de otra persona que te moleste o perturbe. Una vez que hayas precisado qué es exactamente lo que te perturba del otro, ponle un nombre a la actitud. Supongamos que la actitud elegida fue “egoísmo”.

Imagina que la esencia del egoísmo se apodera de ti y tu cuerpo, adopta una postura corporal que sea “egoísta”. Tómate un momento para imaginarte a ti mismo/a siendo egoísta en diversas situaciones y pregúntate ¿Qué podría tener de bueno ser egoísta? ¿Qué podría permitirme expresar de mi mismo/a siendo egoísta? ¿Qué cosas quiero hacer ahora que soy egoísta y que antes no me he permitido?

También puede ser útil imaginarse a uno mismo enfrentándose a la persona con quién tenemos el supuesto problema utilizando esta actitud… ¿qué quisiera decirle? ¿qué quisiera hacer ahora que tengo el aspecto proyectado en mi mismo?

Seguramente, al hacer este experimento se pueda descubrir muchos sentimientos, pensamientos y acciones que estaban en uno pero que no tenían espacio para manifestarse. El paso final sería probar hacer en la realidad alguna de las cosas que pudimos hacer en la imaginación. De este modo, recuperamos y utilizamos en el mundo real aquellos aspectos de nosotros que habíamos desterrado.

Trabajando de este modo, cualquier conflicto que tengamos con alguien puede acabar por convertirse en una oportunidad de autodescubrimiento, una oportunidad para acercarnos a lo que realmente somos en vez de convertirse en una nueva ocasión para culpar a los demás de ser como son.

Por Tomás de la Fuente H.

1/7/2011



[1] Paciente.

[2] Terapeuta.

[3] Le hago esta pregunta porque sé que a la paciente le resulta difícil ser directa en ocasiones y es necesario que ella pueda vivenciar la capacidad de ser directa sin sentir tanta preocupación por la reacción que otros puedan tener.

[4] Quiero destacar aquí una de las particularidades de las técnicas que se usan en Gestalt. Siempre son técnicas que invitan a la persona a vivenciar o experimentar diversas formas de expresión y sentir. Es interesante que al realizar el ejercicio, la paciente se siente diferente. Para integrar en nuestra personalidad aquellos aspectos que están disociados no basta con sólo comprender a nivel intelectual nuestra dificultad, es necesario poder experimentar en nuestro cuerpo el cambio, es decir, sentirnos diferentes y no sólo pensar diferente.

viernes, 18 de marzo de 2011

Como Expresarse para Expresarse

No es Posible Existir sin Coexistir

Uno podría decir que expresarse es simplemente decir algo, y esto es cierto pero no suficiente para vivir bien. Por esto he puesto en el título dos veces “expresarse” aludiendo a que existen al menos dos tipos muy distintos de formas de expresarse. La mayor parte de los problemas de comunicación que tenemos las personas se deben en gran medida a dos cosas; no sabemos escuchar o nos expresamos muy pobremente. Cuando alguna de estas calamidades ocurre, la posibilidad de que exista empatía entre dos o más personas se ve seriamente dificultada y entonces ocurre lo inevitable, nadie ve más que sus propios puntos de vista y sentimientos y la historia de la Torre de Babel vuelve a repetirse una vez más. Todos pierden.

¿Todos pierden? Los seres humanos, del mismo modo en que lo hacen todas las cosas del universo, existimos en y gracias a que estamos insertos de un sistema de múltiples relaciones. Pensemos en el cuerpo humano, es un sistema en donde todos sus elementos se conectan entre sí por diversas formas de comunicación o interacción. Sabemos que el corazón para latir necesita del oxígeno que absorben los pulmones y que luego la sangre lleva hasta él gracias a sus propios latidos más el trabajo que realizan las arterias, y es igualmente cierto que los pulmones necesitan de los latidos del corazón para poder recibir la sangre y tener la energía suficiente para hacer su trabajo. Y más, el corazón no podría latir si los órganos de los sentidos no hicieran bien su trabajo, ya que no podríamos orientarnos en nuestro medio ambiente para obtener los alimentos que serán digeridos y transformados en energía para que el corazón siga vivo.

Cuando comprendemos el cuerpo humano de este modo, se vuelve evidente que todos necesitan coordinarse bien con todos, todos necesitan de todos. Lo que permite que el sistema funcione de modo coordinado son las relaciones y las comunicaciones que se establecen entre todas las partes; mientras mejor sea la comunicación, mejor para todos. Cuando estas redes de comunicación fallan, sabemos que se producen enfermedades.

Así como el cuerpo humano es un sistema, los grupos humanos también lo son y están sujetos a las mismas leyes que todos los demás sistemas. Intercambiamos información con otros seres humanos y establecemos relaciones de coexistencia. No sería posible que tú estuvieses leyendo este texto si nadie hubiese trabajado para producir papel y si mis padres no se hubiesen ocupado de que yo fuese a la universidad a estudiar –y muchas, muchísimas otras cosas más están sucediendo de modo que sea posible que leas.- Y no sólo necesitas de otras personas para poder leer sino también de la gran cantidad de vegetales que hay sobre el planeta que limpian el aire y lo vuelven respirable… en fin, un infinito etc. En síntesis, somos parte de un sistema y para que un sistema funcione bien, la interacción entre sus partes requiere de una comunicación adecuada y bien coordinada.

Cuando este proceso falla a nivel biológico encontramos enfermedades de todo tipo y, cuando este proceso no funciona bien entre las personas, encontramos sufrimientos de todo tipo; Culpa, resentimiento, miedo, tristeza, soledad, angustia, frustración, desesperanza, ansiedad, tensiones musculares, dolores de cabeza, etc. Es curioso que siendo tan evidente la interacción recíproca entre todas las cosas del universo, los seres humanos acostumbremos a funcionar de acuerdo a la siguiente actitud; “el problema aquí es que a mí no me comprenden y si me comprendieran a mí, todo se resolvería del mejor modo”. Esto equivaldría a lo mismo que el corazón dijese “en realidad, no es importante lo que los ojos están viendo, lo único que importa es que esos pulmones se dignen de una vez a respirar para traerme oxígeno, así se resolvería todo”. Esta actitud, lamentablemente la mayor parte de las veces, suele estar disfrazada de muy buenas intenciones y con mucha frecuencia no tenemos ninguna consciencia de ella; creemos que somos de un modo y actuamos de otro. Sabemos que una actitud como ésta sería fatal para la salud del cuerpo si de pronto cada uno de nuestros órganos la adoptara. Quiero dar un ejemplo para que se vuelva muy claro cómo esta actitud es nociva para los seres humanos.

Un ejemplo de Comunicación Tóxica

Supongamos que ella, después de un largo día de trabajo, se dirige a su hogar en donde sabe que está su pareja. Ella espera ser recibida con una sonrisa y un abrazo que la alivie de algunos de los malos ratos que pasó con algunas personas en el trabajo y va ilusionada. El, por su parte, ha tenido un día extenuante y se encuentra echado sobre un sillón viendo televisión. Cuando ella abre la puerta, él se alegra de verla, sin embargo debido a su cansancio y al rato que llevaba viendo televisión, la expresión de su cara deja mucho que desear. Hasta aquí, no tendría porqué suceder ningún conflicto si ambos integrantes de la pareja supieran cómo expresarse. Pero vamos a imaginar que no saben.

Ella, al ver la cara de él, hace una suposición de lo que está sucediendo. Siempre hacemos suposiciones acerca de lo que al otro le ocurre, es la única forma de poder comprender y coordinarse con el otro. Desgraciadamente no todos hemos desarrollado la telepatía y con demasiada frecuencia hacemos suposiciones muy erradas acerca del otro. Tenemos nuestro propio esquema para interpretar a los demás, el cual se basa en todas las experiencias anteriores que hemos tenido. Tenemos nuestro “disco duro” lleno con lo que hemos aprendido en el pasado y es con esos antecedentes con los que llenamos los vacíos que no comprendemos.

Entonces ella, que tenía un padre muy frío y egoísta que siempre veía televisión y la hacía sentir invisible y poco importante, supone en primer lugar, que él tiene esa cara porque le es totalmente indiferente que ella haya llegado a la casa y que mucho menos le importa que ella viniese llena de ilusiones a encontrarse con él. Inmediatamente, a raíz de esta suposición, ella se siente herida y se defiende del siguiente modo.

- Cambia la cara.

El no sabe realmente qué es lo que le sucede a ella. Sólo alcanza a darse cuenta que ella está molesta por algún motivo y que le pide que cambie su expresión facial. Supongamos que él tuvo una madre que tenía su autoestima baja y que si sus hijos no estaban todo el tiempo felices y sonrientes, comenzaba a recriminarse a sí misma y sentirse culpable por ser una mala madre. Para que su madre no sufriese, él debía estar todo el tiempo sonriente. Además, con frecuencia su madre se volvía controladora y les exigía a todos que estuviesen felices, de lo contrario se enojaba y manipulaba de diversos modos ante lo cual él se sentía invadido, culpable y sin la posibilidad de relajarse ni permitirse sentir tranquilamente sus propios sentimientos. Entonces él, molesto porque su mujer no comprende que él necesita descansar y sintiéndose presionado por ella, le responde también defensivamente:

- Yo pongo la cara que quiero.

Después de este brevísimo diálogo, es fácil imaginar lo mal que pueden pasarlo estas dos personas. El diálogo podría continuar del siguiente modo:

- No sé porqué me casé contigo, no tienes sentimientos.

- Eres una exagerada, siempre estás haciéndome escándalos, ¿es que acaso no puedes estar un momento en paz sin estar exigiéndome algo?

- Eres un egoísta, siempre muy cómodo ahí, no haces ningún esfuerzo por mí ni por nadie.

- ¿Cómo que no hago ningún esfuerzo? ¿Acaso no te das cuenta de todo lo que te he dado?

- Todo se resolvería si fueses un poco más generoso conmigo.

- Generoso… si he dado mi vida por ti, ¡me casé contigo! Hasta cuándo insistes, eres una insaciable, todo se resolvería si tú te dieras cuenta de todo lo que te he dado.

Es fácil darse cuenta que esta conversación, tan grata por lo demás, puede continuar durante un buen rato sin llegar a ningún lado y ambos integrantes del sistema se sentirán mal; ninguno dio al otro nada que fuera bueno, ambos contribuyeron a destruir un poco esta relación. Dado que esta relación es importante y necesaria para ambos, todos pierden.

¿Y qué fue lo que hizo tan difíciles las cosas? Ambos fueron incapaces de ponerse en el lugar de su pareja, peor aún, hicieron suposiciones erradas acerca de los motivos de la conducta y la palabras del otro y actuaron de tal modo que alimentaron sus ataques y maniobras defensivas.

Empatía en Todas las Direcciones

La empatía es la capacidad para ponerse en el lugar del otro. Para que la empatía suceda, es necesario que podamos hacer las suposiciones correctas. Solemos pensar que es una actitud muy buena y deseable porque hace sentir bien a los demás. La consideración que se suele tener por ella no alcanza a ser más que un imperativo ético al cual no le prestamos atención. “Si, si sé que tengo que ser bueno… ¿y qué? ¿Me sirve de algo?”.

La empatía no es importante sólo porque hace sentir bien a otros y es educado usarla, la empatía es importante porque en primer lugar ¡Nos puede hacer sentir bien a nosotros mismos! ¡Cuántas veces nos quejamos de infelicidad en nuestras relaciones y no sabemos que no sabemos ser empáticos! Ya que somos partes de los sistemas humanos en los que participamos, la empatía es el modo en que podemos generar bienestar en otros y, dado que todo lo que ocurra entre las partes de un sistema afecta a todas las demás, ser empáticos tiene un efecto inmediato sobre nosotros mismos. ¿Queremos ser más felices? ¿Sentirnos más tranquilos, cono menos ansiedad, culpa, resentimiento, dolores de cabeza y toda clase de síntomas desagradables? Habría que desarrollar la capacidad de ser empático.

Aquí alguien podrá decir “Yo podría esforzarme mucho por ser empático pero si los demás no cambian… peor todavía para mí”. Es verdad, no basta sólo con que uno se ponga en el lugar de los demás. La buena comunicación necesariamente implica que dos personas se entiendan y comprendan mutuamente: Expresarse bien implica saber ponerse en el lugar de los demás y saber hacer que los demás sean empáticos con uno mismo. Es necesario evitar que otros hagan suposiciones equivocadas acerca de lo que sucede dentro de nosotros mismos.

Podemos ver las conductas de los demás, sus acciones, sus expresiones no verbales, escuchar sus palabras, pero es imposible ver de modo directo qué es lo que motiva sus conductas, no es posible ver los pensamientos ni los sentimientos de las personas, sólo podemos suponerlos. Si al expresarnos mostrásemos de modo explícito aquello que el otro no puede ver, ayudaríamos bastante. A continuación doy el mismo ejemplo que antes, pero imaginando que ambos integrantes de la pareja saben hacer esto.

Ella llega cansada a su casa y espera que él la alivie de su difícil día. Al ver su cara, su primera reacción es sentirse ofendida ya que tiende a suponer –por costumbre y el aprendizaje de años- que la cara de él se debe a que es indiferente con ella. Entonces, en vez de decir “cambia la cara”, dice:

- Hoy ha sido un día muy difícil para mí. Me siento frustrada y dolida por un problema que tuve con alguien en el trabajo. Me gustaría descansar un rato en tus brazos, me haría bien. Pero al ver tu cara, no puedo evitar suponer que tú no tienes interés en eso, incluso pienso que no te importa que yo haya llegado y eso me hace sentir un poco ansiosa. ¿Te importa que yo esté aquí?

- Si… te estaba esperando para que comiéramos juntos. Tengo esta cara porque yo también estoy muy cansado, pero me siento contento de verte… me siento un poco presionado al escuchar que mi cara te hace sentir mal.

- No, no quiero presionarte ni molestarte, sólo quiero un abrazo… en realidad al saber que me estabas esperando para comer me siento aliviada, no es indiferencia de tu parte, ya entiendo… Tú sabes que a mí me afectan mucho las expresiones en las caras de las personas. ¿Me das un abrazo?

- Si, claro.

En el primer ejemplo, estas dos personas, en vez de expresarse mostrando su mundo interno, simplemente defendieron. En cambio ahora podemos verlos expresándose; dicen lo que sienten, lo que piensan y piden con claridad lo que necesitan. Como el artista que pone fuera de sí lo que tiene dentro, ellos se muestran a sí mismos. El modo en que la mujer se ha expresado ha ayudado a que él sea empático con ella. Ella le ha dado información suficiente como para que él no haga suposiciones incorrectas. Por otro lado, la forma en que ella se ha expresado –sin ser defensiva u ofensiva- ha invitado a que su pareja haga lo mismo, que pueda ser transparente y mostrarle a ella lo que realmente le pasa, con la afortunada consecuencia de evitarse ella misma el hacer suposiciones incorrectas acerca de él.

Expresarse del modo en que lo han hecho estas dos personas requiere de cierto aprendizaje, no estamos naturalmente programados para comunicarnos así.

Sentir, Pensar y Percibir son Cosas Distintas

Para expresarse de este modo es necesario desarrollar la capacidad de diferenciar con mucha claridad y precisión tres ámbitos diferentes: lo que pensamos, lo que sentimos y lo que percibimos a través de nuestros sentidos. Para delimitar cada uno de los tres ámbitos, diremos que los seres humanos tenemos una zona interna, una zona intermedia y una zona externa[1].

En la zona externa se encuentra todo aquello que podemos percibir a través de nuestros cinco sentidos; lo que podemos ver, oler, gustar, olfatear y tocar. En la zona interna, está todo aquello que podemos percibir de forma directa “dentro” de nosotros mismos. Es decir, todas nuestras sensaciones corporales, lo que incluye a todas nuestras emociones y sentimientos[2]. Y por último, en la zona intermedia estarían todos aquellos procesos cognitivos superiores entre los cuales se incluyen los recuerdos, las imágenes, intenciones, los pensamientos, interpretaciones, juicios, visiones de mundo, etc.

Para poder existir en el mundo, estamos constantemente recurriendo a estos tres ámbitos de nuestra experiencia. Supongamos que aparece una sensación corporal como la sed. Si me doy cuenta de mi sensación es posible que piense “tengo sed, quiero tomar agua”. Luego podría ser que yo perciba que hay un vaso vacío a mi lado. Entonces me imaginaré a mi mismo tomando el vaso, llenándolo de agua y finalmente bebiendo el agua. Después de eso es posible que me ponga de pie y realice esa acción. Mientras bebo el agua la sentiré en mis labios al tiempo que juzgo si me gusta o no mientras recuerdo otras veces en que he tomado agua y comparo la sensación actual con el recuerdo de otras sensaciones de tomar agua que he tenido antes.

Zona Interna

Zona Intermedia

Zona Externa

Sensaciones corporales; sensaciones físicas, emociones, sentimientos, etc.

Procesos Cognitivos Superiores: Recuerdos, Imágenes, intenciones, interpretaciones, juicios, pensamientos, visiones de mundo, etc.

Percepciones directas que vienen desde los cinco sentidos: olfato, gusto, vista, oído, tacto.

Cuando llevamos nuestra atención a nuestra zona interna o externa, nos encontramos con percepciones directas que suceden en el presente, aquí y ahora. Por así decir, son “cosas” que podemos “tocar”, son experiencias muy tangibles que no están sujetas a interpretación. Diremos simplemente que las cosas que percibimos así son obvias. Si tenemos un nudo de tristeza en la garganta, nos resulta una obviedad que lo estamos sintiendo, no importa con qué palabra denominemos esa sensación, le podemos llamar “nudo”, “tensión”, “angustia”, sin embargo la sensación está ahí y la percibimos. Tiene el sello de lo obvio. Lo mismo sucede si nuestra percepción se dirige hacia la zona externa, si veo el cielo, es una obviedad que hay algo que mis ojos están percibiendo. No importa qué palabra utilice para denominar esa percepción.

Cuando llevamos nuestra atención a nuestra zona interna, encontramos nuestras ideas acerca del mundo, de los demás y de nosotros mismos. Además, encontramos muchas ideas que se refieren al pasado o al futuro, a nuestros recuerdos y a lo que podemos imaginar que será. En rigor, el pasado y el futuro no existen más que en nuestra imaginación. Sin embargo, vivimos dando por sentado que nuestras ideas acerca del pasado y el futuro nos informan acerca de algo real, cuando en realidad sólo están en nuestra imaginación. No es posible percibir con ninguno de nuestros sentidos ni el pasado ni el futuro, pero de modo implícito nos parecen muy reales. No sólo hacemos esto con este tipo de ideas, sino también con nuestras interpretaciones y juicios acerca de la realidad. Solemos confundir nuestras opiniones y juicios acerca de las cosas con nuestras percepciones. Si bien es cierto que podemos darnos cuenta de nuestro propio pensamiento y por así decir “es obvio que ahora pienso porque me estoy dando cuenta de eso, del mismo modo en que me doy cuenta que ahí está el cielo”, no podemos decir lo mismo respecto del contenido de mis pensamientos. El contenido de los pensamientos no es obvio, son siempre interpretaciones respecto de la realidad. Por lo tanto, diremos que aquello que percibimos en la zona interna y externa son obviedades, mientras que aquello a lo que se refieren mis pensamientos siempre son interpretaciones y suposiciones, las cuales pueden ajustarse más o menos a la realidad, pero que nunca son la realidad.

Si decimos “yo sé qué es lo que es un árbol”, en realidad, todo lo que en realidad estamos diciendo es “en mi imaginación tengo una idea acerca de cómo son los árboles y la considero verdadera”. No hay duda de que el concepto lo conocemos, sin embargo la mayoría de las veces desconocemos el hecho de que un árbol real –es decir, el acto de percibir con nuestros sentidos un árbol- tiene muy poca similitud con el concepto de éste. Para que se comprenda realmente lo que quiero decir, sugiero al lector que piense durante un rato en un árbol y que luego vaya y toque, huela y mire y escuche un árbol al menos durante unos 10 o 15 minutos. Así descubrirá que la diferencia que existe entre percibir de modo directo algo y suponerlo son cosas completamente distintas. Es más, si después de conocer al árbol ésa persona afirma “ahora si sé lo que es un árbol”, en realidad no puede estar afirmando otra cosa que “ahora tengo un recuerdo de lo que es un árbol, el cual considero verdadero y ajustado a la experiencia de lo que es un árbol”. Si esta persona vuelve a ir al árbol a experimentarlo con sus sentidos descubrirá nuevamente que el recuerdo de la experiencia anterior con el árbol no se repite, que nuevamente el árbol no calza con la idea que se había hecho de él. Sin embargo, confundimos constantemente ambas zonas y creemos que sabemos algo acerca de las cosas y de las personas en base a las ideas que tenemos de éstas.

Lo mismo que ocurre en relación a la zona intermedia y externa, sucede entre la zona interna e intermedia. Es decir, podemos creer que sabemos, por ejemplo, lo que es un sentimiento, pero una cosa muy distinta es sentirlo y percibirlo de modo directo. Sobretodo es con nuestros sentimientos donde hay más dificultades para percibir lo que realmente sucede. La mayoría de las veces no estamos en contacto con lo que sentimos, sino con lo que creemos que sentimos o con los juicios que tenemos respecto de nuestros sentimientos.

Por ejemplo, supongamos que alguien ha muerto y sentimos una profunda tristeza, pero que sin embargo, no queremos[3] estar tan tristes. Lo más probable es que experimentemos esa sensación corporal como algo desagradable y digamos “estoy mal porque estoy triste”. Lo que sucede aquí es que en vez de sentir tristeza, estamos más en contacto con nuestra idea de que estar triste es algo malo, y entonces es muy probable que nos irritemos con el sentimiento. Debido a los juicios que hacemos a nuestra experiencia interna, somos incapaces de percibirla de forma directa y en consecuencia, estamos más en contacto con nuestros juicios sobre ella. Es como si por creer que conocemos un árbol, nos negáramos todo el tiempo a ir y tocarlo-de esto modo nos mantenemos muy ignorantes respecto a lo que es un árobl-. En este punto invito al mismo experimento que con el árbol. Si alguna vez te encuentras confundido/a respecto a lo que sientes, sugiero no intentar comprender ni pensar nada al respecto, simplemente siente tu sentimiento… siente su “sabor”, su “textura”, su “olor”, eso que está ahí en el cuerpo.

Muchas veces cuando estamos tristes tenemos la idea de que eso es un problema, cuando en realidad estar triste no es un problema, estar triste es una experiencia más, una sensación corporal, ni buena ni mala, sólo una sensación. Al enjuiciar nuestras experiencias internas, lo que ocurre es que en vez de ponerle atención a ellas, nuestra atención se queda en la zona intermedia y así, imaginamos cómo son las cosas en vez de ver cómo son.

A veces, sabemos que algo nos pasa porque “algo” sucede en nuestro cuerpo, sentimos tensión de alguna índole, algo sucede en nuestro cuerpo, pero no logramos saber qué es lo que nos pasa. En vez de poner atención a nuestra zona interna y percibirla de modo directo en el aquí y ahora, mantenemos la atención en la zona intermedia y hacemos relaciones, interpretaciones, sacamos conclusiones o intentamos deducir qué es lo que nos pasa, pensamos sobre lo que sentimos en vez de simplemente sentir y permanecer en contacto con nuestra zona interna hasta que se agudice lo suficiente la percepción para saber qué es lo que sucede.

Del mismo modo en que no es posible conocer un árbol si no lo percibo con mis cinco sentidos, es igualmente imposible conocer mis sentimientos si no los siento. Estamos tan acostumbrados a pensar y enjuiciar nuestros sentimientos que finalmente terminamos muy confundidos respecto a nosotros mismos.[4]

Las Tres Zonas, la Empatía y cómo Expresarse

Expresarse bien es facilitar que los otros se pongan en mi lugar y comprendan del modo más preciso posible qué es lo que me sucede y por otro lado, en la medida en que uno se expresa de este modo, facilita que las demás personas se expresen del mismo modo y entonces podemos ponernos en el lugar de los otros y evitar hacer interpretaciones incorrectas.

¿Cómo se hace esto y qué relación tiene con las tres zonas?

Cuando interactuamos con otra persona, no tenemos ningún acceso a sus zonas de experiencia. No podemos saber qué es lo que está sintiendo, pensando o percibiendo. Más aún, sólo podemos percibir al otro a través de nuestra zona externa, es decir, sólo sabemos del otro gracias a lo que nuestros cinco sentido pueden percibir. Y para poder empatizar con el otro, necesariamente tenemos que hacer interpretaciones sobre lo que puede estar sucediendo en cualquiera de sus tres zonas. A partir de lo que nuestros cinco sentidos nos informan, usamos nuestros pensamientos para hacer suposiciones sobre el otro.

Finalmente y como si fuera poco, las interpretaciones que hacemos sólo las podemos realizar a partir de nuestra experiencia, nuestros recuerdos, nuestros conocimientos, etc. Y debido a que no tenemos los mismos recuerdos, ni experiencias, ni conocimientos que los demás, resulta absolutamente imposible que no cometamos errores de interpretación.

En primer lugar entonces, expresarse bien significa tener conocimiento de esta gran brecha que existe entre las personas. Y ya que es tan grande la brecha, haríamos bien si ayudásemos al otro a hacer interpretaciones lo más correctas posibles. Mientras más información tenemos acerca de algo, mejor podemos relacionarnos.

¿Qué información tendríamos que facilitar al otro para expresarnos bien? Ya que los demás no tienen acceso a nuestras zonas de experiencia, resulta muy importante entregarles una descripción clara de lo que sucede en ellas con el fin de evitar sus suposiciones erróneas. Y por otro lado, es importante invitar al otro a explicitarnos qué está sucediendo en sus propias zonas de experiencia. En el segundo ejemplo de comunicación que di, ella hace todas estas cosas:

“Hoy ha sido un día muy difícil para mí.”

Menciona su zona intermedia, es un recuerdo.

“Me siento frustrada y dolida por un problema que tuve con alguien en el trabajo.”

Menciona su zona interna, aquí está hablándonos de lo que siente aquí y ahora.

“Me gustaría descansar un rato en tus brazos, me haría bien.”

Zona Intermedia, habla acerca de lo que le gustaría hacer –es decir, se ha imaginado en los brazos de su pareja- y explicita la suposición de que descansando en los brazos de él podría sentirse mejor. Quiero destacar el hecho de que ella ha pedido con mucha claridad lo que quiere. Una gran dificultad en la comunicación se da cuando alguna de las partes espera que el otro adivine qué es lo que quiere pero sin hacer pedidos claros y explícitos.

“Pero al ver tu cara, no puedo evitar suponer que tú no tienes interés en eso, incluso pienso que no te importa que yo haya llegado”

Menciona lo que ella percibe en su zona externa y, acto seguido, le dice a él cómo está interpretando lo que percibe al verlo.

“y eso me hace sentir un poco ansiosa.”

No sólo describe sus suposiciones acerca de la expresión facial de él, sino además describe cómo esa suposición afecta su zona interna. Esto es muy importante, porque es en este punto en donde él puede comprender realmente cómo ella se está sintiendo en la situación presente.

“¿Te importa que yo esté aquí?”

Ella le pregunta si sus suposiciones –zona intermedia- son correctas o no. Al hacerlo como una pregunta no está afirmando que sus suposiciones sean ciertas. La mayor parte de las veces, cuando decimos a los demás nuestras suposiciones como si fueran la realidad, conseguimos que reaccionen defendiéndose. Si ella dijese “a ti no te importa que yo esté aquí”, él podría sentirlo como una acusación y en consecuencia comenzar a defenderse. Además, al usar una pregunta, está invitando a su pareja a mostrar lo que está sucediendo en sus propias zonas de experiencia.

Facilitar la empatía de los demás hacia uno mismo, no sólo es un beneficio para nosotros, sino también para los demás. La afirmación inversa también es correcta, saber empatizar con los demás también es un beneficio para nosotros mismos. Para hacer esto último es de mucha ayuda preguntar y pedir información a los demás qué es lo que está sucediendo en sus zonas de experiencia. Pongo a continuación otro ejemplo:

Ella: Cambia la cara.

En su tono de voz él siente su actitud defensiva. Al mismo tiempo, él supone que ella quiere controlarlo y presionarlo y se siente tenso. En vez de dar por sentadas sus propias suposiciones, le pide más información a ella para entender qué es lo que la ha llevado a decir lo que dijo y del modo en que lo dijo.

El: ¿Qué cara ves que tengo?

Le pide información de su zona externa

Ella: Cara de aburrimiento, indiferencia, no sé.

Aquí ella no ha dicho qué es lo que percibe en su zona externa, sino que ha explicitado la interpretación que le da a lo que ve. Es decir, ha hablado de su zona intermedia.

El: ¿Y qué te hace pensar que mi cara es de aburrimiento?-

El vuelve a insistir en pedir una descripción de la zona externa de ella.

Ella: No sé, esas ojeras que tienes… y la expresión de tu boca.

Ahora él ya puede comprender, sin hacer supuestos incorrectos, a partir de qué percepción ella ha interpretado que él está aburrido e indiferente con ella.

El: Ah… lo que me ocurre es que estoy cansado. La verdad es que te estaba esperando para que cenáramos juntos ¿Y qué sientes al ver que tengo esta cara?

Aquí el le explica a ella que su suposición es incorrecta. Y además le dice que la estaba esperando, es decir corrige la interpretación de ella. Finalmente, le pregunta por su zona interna.

Ella: Me siento mal, ansiosa, es como si yo no te importara… pero que bueno que me estabas esperando. Ja, ja, ja, si te vieras la cara… Tuve un mal día y estaba esperando que me recibieras con una sonrisa.

Ahora ella se relaja al descubrir que su suposición era incorrecta y a que él está escuchándola atentamente expresar sus sentimientos. Por su parte, él también se siente más tranquilo al ver que la tensión ha desaparecido. Aquí ya se esta generando entre ellos una interacción que abre la posibilidad de comprenderse mutuamente. A estas alturas es muy difícil que la interacción se vuelva destructiva.

El: ¿Para qué necesitas que te sonría?

El, al escuchar que ella tenía una expectativa, le pregunta cuál es el motivo de ésta, antes de hacer sus propias suposiciones.

Ella: Es que me siento muy frustrada y dolida por algo que me pasó en el trabajo. Esperaba que tu sonrisa me aliviase.

Ella explica sus motivos.

El: ¿Puedo hacer algo por ti?

En vez de intentar adivinar qué es lo que ella quiere, le pregunta de forma directa.

Ella: Abrázame un rato.

Hace un pedido claro.

El: Bueno…

La historia tiene un final feliz J

En este ejemplo, ella comienza con una actitud defensiva ante la cual él podría haber reaccionado con un ataque. Sin embargo, en vez de necesitar defenderse, bastó con que él le pidiera información para poder comprender qué era lo que a ella le ocurría. Ella se relaja en la medida en que se expresa y se siente escuchada y al mismo tiempo, esto va permitiéndole a él empatizar con ella y corregir sus propios supuestos incorrectos. No es necesario, por lo tanto, que todas las personas que participan de una comunicación sepan hacerlo de este modo, basta con que al menos uno lo sepa hacer para ayudar al otro a mostrarse. Basta con que uno mismo sepa hacerlo.

Quiero invitar al lector a entrenarse en este modo de comunicación y a practicarlo en todas las ocasiones en que resulte posible. A continuación, entregaré algunos ejercicios que pueden facilitar el desarrollo de esta habilidad.

Contínuo de Consciencia

El primer requisito para expresarse así, es poder diferenciar en uno mismo las tres zonas. El ejercicio que propondré resulta más sencillo de realizar si se hace en compañía de alguien que haga el rol de un observador silencioso. De todos modos, se puede hacer en solitario.

En cada una de nuestras zonas de experiencia SIEMPRE están sucediendo cosas. Este ejercicio consiste en llevar nuestra atención de modo separado a cada una de las zonas y tomando la actitud de un testigo neutral, verbalizar en voz alta aquello de lo que me doy cuenta.

Es de mucha ayuda hacerlo en voz alta, aún cuando realicemos el ejercicio en solitario. A cada verbalización, se debe comenzar diciendo “ahora me estoy dando cuenta de…” y completamos la frase con lo que sea que en este momento estemos percibiendo. Hay muchas personas que sienten que este ejercicio es muy difícil de hacer debido a que están buscando algo de lo que darse cuenta, como si hubiera que descubrir algo importante, intenso, solemne, etc. Este ejercicio no se trata de eso, simplemente es decir en voz alta qué es lo que percibo y, dado que siempre sucede algo en nuestras zonas de experiencia es IMPOSIBLE que no estemos percibiendo algo todo el tiempo. Puede ser que aquello de lo que me doy cuenta en un momento dado no sea importante desde mi punto de vista, sin embargo, en este ejercicio se dice TODO aquello de lo que me doy cuenta.

Entonces, comenzamos eligiendo alguna de las zonas de experiencia, durante unos 5 minutos nos dedicamos a decir en voz alta de qué me doy cuenta en ella y luego hago lo mismo con las otras dos zonas.

Voy a hacer este ejercicio ahora mismo, de forma escrita. Comenzaré por mi zona externa.

- Ahora me estoy dando cuenta del sonido de una máquina similar al de una sierra eléctrica afuera de esta oficina.

- Ahora me estoy dando cuenta del sonido del teclado.

- Ahora me estoy dando cuenta de la sensación suave que tengo en mis dedos al apretar las teclas de este teclado.

- Ahora me doy cuenta del sonido del teléfono que suena.

- Ahora me doy cuenta del agradable olor que hay en el aire.

- Ahora me doy cuenta de la sensación del teclado.

- Ahora me doy cuenta de la pantalla y todas las letras negras que hay en ella.

He mencionado dos veces la sensación de las teclas. Esto lo hice porque de manera espontánea mi atención fue dos veces hacia esa sensación; al realizar este ejercicio no importa que se repitan las cosas que uno diga, lo que importa es que uno mantenga la atención relajada en una de las tres zonas, sin buscar nada en particular y simplemente decir en voz alta lo que sucede, aunque se repita. Lo importante es aprender a mantenerse dentro de una zona, dándose cuenta de ella. No hacemos juicios acerca de si es relevante o no aquello de lo que me doy cuenta. Continúo ahora con mi zona interna:

- Ahora me doy cuenta que siento picazón en la cabeza.

- Ahora me doy cuenta de una ligera presión en mi pecho que hace que me cueste respirar

- Ahora me doy cuenta de una herida que tengo en una pierna. Me molesta un poco estar sentado.

- Ahora me doy cuenta de que mi pera está un poco tensa.

- Ahora me doy cuenta que me siento un poco preocupado y lo experimento como una presión en mi pecho.

- Ahora me doy cuenta de que siento mi cabeza un poco apretada por dentro.

Cuando nos mantenemos suficiente tiempo en nuestra zona interna, nuestras sensaciones corporales comienzan a volverse cada vez más claras. Y esto sucede simplemente porque mantenemos el contacto durante el tiempo suficiente para que esto suceda. En el ejercicio que acabo de hacer, primero sólo tuve consciencia de una ligera presión en mi pecho, mi atención se fue a otros lugares y luego, forma espontánea volvió a mi pecho, pero esta segunda vez tome consciencia de que esa presión es el sentimiento de estar preocupado por algo. Sólo por el hecho de mantenerme ahí, me di cuenta de mi preocupación, la cual hasta antes de hacer el ejercicio, no había notado.

Este fenómeno que acabo de describir es muy importante ya que la única forma de saber qué es lo que realmente estamos sintiendo, es mantenernos en contacto con nuestras sensaciones aunque en un principio nos parezca que no tienen importancia. No se trata de comenzar a pensar y tratar de deducir el “porqué” de mis sensaciones, sino simplemente sentirlas, mantener el contacto.

Vamos ahora a mi zona intermedia:

- Ahora me estoy dando cuenta que pienso en mi mujer que está fuera del país. Y me doy cuenta que me imagino mostrándole este artículo que estoy escribiendo.

- Ahora me estoy dando cuenta que me pregunto qué van a pensar los lectores de mí al leer la frase anterior.

- Ahora me estoy dando cuenta que pienso en que necesito ir a ver al doctor.

- Ahora me estoy dando cuenta que pienso en la celebración de mi cumpleaños que será pronto.

- Ahora me estoy dando cuenta que pienso que escribir lo que pienso mientras lo escribo me resulta difícil… aparecen nuevos pensamientos antes de terminar de escribir los anteriores.

Al trabajar en la zona intermedia, lo importante no es tanto el contenido de los pensamientos, sino el darse cuenta del acto de pensar. Se trata de ser consciente de pensar. Es muy distinto un pensamiento de una sensación corporal o de un sonido. Se trata de aprender a reconocer esa diferencia. Entonces, la idea no es realizar un proceso de reflexión sobre algo, sino simplemente notar el flujo del pensar; ahora me doy cuenta de que pienso esto, ahora de esto otro, ahora estoy teniendo un recuerdo, ahora una imagen, etc.

Finalmente, el ejercicio lo terminamos dejando que nuestra atención se mueva por las tres zonas haciendo la distinción entre cada una de ellas. Cuando nos referimos a nuestra zona interna diremos “ahora me doy cuenta que siento”, para nuestra zona intermedia “ahora me doy cuenta que pienso, recuerdo, imagino, etc.” Y para nuestra zona externa “Ahora me doy cuenta que percibo”. Lo realizo a continuación:

- Ahora me doy cuenta que siento incomodidad con esta silla.

- Ahora me doy cuenta que siento mis ojos cansados.

- Ahora me doy cuenta que pienso en ir a ver al doctor.

- Ahora me doy cuenta que siento un ligero sabor amargo en mi boca.

- Ahora me doy cuenta que pienso en algo que no quiero escribir aquí.

- Ahora me doy cuenta que percibo las teclas suaves en mis dedos al escribir.

Sería mejor aún si podemos darnos cuenta de cómo las tres zonas se relacionan entre sí:

- Ahora me doy cuenta que pienso en mi mujer y siento una sensación suave en mi vientre.

- Ahora me doy cuenta que percibo el sonido de un teléfono, me trae un mal recuerdo de una relación de pareja que tuve y siento tensión en mi pecho.

- Ahora me doy cuenta que siento mi cabeza un poco apretada por dentro y pienso en el doctor.

Para poder expresarse del modo que he propuesto, es necesario ser capaz de realizar este ejercicio y distinguir claramente las tres zonas. Es más, expresarse así implica necesariamente realizar este ejercicio mientras uno le habla al otro, de lo contrario será muy difícil que exista transparencia y la otra persona pueda ponerse en nuestro lugar.

Al comunicarse con otra persona, será necesario incluir 1) lo que siento,2) lo que pienso, imagino, interpreto, supongo y 3) lo que percibo. Si usamos frases que comiencen con esas palabras, todo se facilitará un poco.

Lo Obvio y la Imaginario

Este ejercicio consiste en poner en práctica en la situación interpersonal el ejercicio anterior. Realizarlo con alguien con quien tenemos una relación cercana es MUY SALUDABLE. Este ejercicio ayuda mucho a expresar cosas que de otro modo sería muy difícil comunicar y facilita enormemente la empatía entre dos personas. Por lo tanto, recomiendo hacerlo en caso de que se tenga la necesidad de decir cosas difíciles. Y aunque no sea estala situación, siempre es bueno hacerlo con cualquier persona que esté dispuesta a realizarlo, hace muy bien a los vínculos.

Deben sentarse las dos personas frente a frente de modo que puedan mirarse a los ojos. Por turnos, cada uno irá diciendo varias frases que comienzan con “me es obvio” y “me imagino”. Cuando decimos “me es obvio”, nos referimos a todo aquello que se encuentre en el presente en cualquiera de nuestras res zonas de experiencias y cuando decimos “me imagino” nos referimos a cualquier suposición que estemos haciendo respecto de cualquiera de las tres zonas de experiencia del otro.

Recordemos que nuestra experiencia es muy obvia y fácil de percibir para nosotros mismos, pero que la experiencia del otro sólo la podemos suponer o imaginar. Gran parte de las dificultades en la comunicación es que damos por sentado que nuestras suposiciones son correctas. En este ejercicio, al hablar de nuestras suposiciones comenzamos diciendo “me imagino” y así evitamos tomar como verdad aquello que en realidad sólo es un supuesto.

Doy un ejemplo a continuación:

P1: Me es obvio que me siento un poco nervioso. Me es obvio que siento curiosidad por lo que va a suceder en este ejercicio. Me imagino que tú te sientes más tranquila que yo. Me imagino que te debe dar un poco de risa que yo esté nervioso.

P2: Me es obvio que también me siento un poco nerviosa. Me es obvio que no me da risa que tú estés nervioso. Me es obvio que me hace sentir un poco más tranquila saber que a ti también te hace sentir nervioso esta situación. Me es obvio que veo tus ojos moviéndose de un lado a otro y me imagino que sigues nervioso. Me imagino que algo me quieres decir pero es difícil hacerlo y me siento con ganas de saber qué es.

P1: Me es obvio que sigo nervioso porque hay algo que quiero decirte pero que me cuesta un poco… Me es obvio que estoy un poco molesto contigo y me imagino que si te digo porqué me siento así, te vas a sentir mal. Me imagino que ahora que te he dicho esto te vas a poner a la defensiva.

P2: Me es obvio que no me gusta que tú te sientas nervioso o molesto, imagino que lo estás pasando mal. Me es obvio que no estoy sintiéndome molesta ni mal por lo que me dices. Me es obvio que ya no mueves tanto los ojos y me imagino que te estás sintiendo más tranquilo.

Lo ideal es seguir con este ejercicio al menos durante unos 15 minutos. A continuación muestro un par de errores comunes al hacer este ejercicio:

P1: Me es obvio que estamos un poco nerviosos.

El error aquí es que él está suponiendo que ella también está nerviosa, cuando en realidad lo único que es obvio para él de ella es lo que él puede percibir con sus sentidos al mirarla, escucharla, tocarla. El nerviosismo, aunque pueda ser fácil de suponer, es siempre una suposición. La forma correcta de decir esto mismo sería:

P1: Me es obvio que estoy nervioso. Me es obvio que veo que mueves las manos de un lado a otro y me imagino que tú también estás nerviosa.

Otro error común es dar por obvio cosas que van a pasar en el futuro:

P1: Me es obvio que después que terminemos este ejercicio vamos a ir a ver televisión.

Hablar acerca del futuro como si fuera obvio es incorrecto ya que lo único que es obvio y evidente es aquello que sucede en el aquí y el ahora. Cualquier cosa que no pertenezca al presente es sólo la forma en que imaginamos algo. Por lo tanto, se debiera explicitar cada vez que nos referimos a algo que no está presente, que es un elemento que pertenece a nuestra zona intermedia del siguiente modo:

P1: Me es obvio que estoy pensando que después de este ejercicio vamos a ir a ver televisión.

Expresarse con Transparencia no es tan Sencillo

Aprender de forma práctica a aplicar el conocimiento de las tres zonas de experiencia a la comunicación no es tan sencillo. No sólo se requiere entrenamiento para poder distinguir las tres zonas de experiencia con precisión y sin confundirlas –que es lo más sencillo de hacer- sino que se requiere de valentía y amor para aceptar las propias verdades y las del otro –y esto toma tiempo-.

En general, es muy poco lo que nos conocemos realmente a nosotros mismos. Usamos una gran cantidad de tiempo y energía en evitar entrar en contacto con nuestros verdaderos sentimientos –que están en la zona interna- ya que nos atemorizan.

Los motivos para temer a nosotros mismos son múltiples; tenemos ideas catastróficas respecto de lo que nos sucedería si nos permitiésemos sentir alguna emoción en particular –p.ej. hay mucha gente que teme sentir tristeza pues cree que nunca se le va a pasar-, tenemos prejuicios en relación a sentir algo –p. ej., hay gente que considera que sentir rabia es malo-, queremos mantener nuestra autoimagen intacta a toda costa –p. ej., si tengo la idea de que soy muy valiente, tal vez sentir miedo lo experimente como algo muy desagradable ya que esta emoción desmiente la imagen que tengo de mí-, tememos la reacción que puedan tener los demás al ver nuestros sentimientos –p. ej., puedo creer que no podré enfrentarme al rechazo de los demás si siento o expreso algo-, etc.

No es fácil ser honesto. Es más, casi toda la amplia gama de síntomas psicopatológicos –la depresión, los ataques de pánico, los síntomas psicosomáticos, etc.- pueden ser entendidos como una incapacidad para ser sinceros con nosotros mismos. La invitación es a practicar esta forma de comunicación y desarrollar la capacidad de aceptar quienes somos frente a los demás y permitirnos ser transparentes. En la medida que nos permitimos ser quienes somos, nos aliviamos de muchos sufrimientos innecesarios y de muchas ideas equivocadas respecto a nosotros mismos. Al mismo tiempo contribuimos de modo positivo al bienestar de los demás también.

La madurez del ser humano puede ser medida en relación a cuánta capacidad de empatía tiene. Un bebé es casi totalmente incapaz de comprender a los otros, sólo entiende su propio punto de vista. A medida que crecemos, vamos aprendiendo a hacer cada vez mejores interpretaciones de la conducta de los demás, sin embargo, nos queda mucho que aprender aún. Mientras más crece un ser humano, mayor es su capacidad para ponerse en el lugar de otros, ser amoroso consigo mismo y comunicarse en concordancia con estas actitudes.

Espero con estas palabras poder contribuir a que podamos aprender el cómo de la expresión, espero que por sobretodo, las ideas que he compartido sean útiles y aplicables. Invito al lector a jugar con esto.



[1] Esta forma de conceptualizar lo ámbitos de la experiencia pertenece a Fritz Perls.

[2] Todas las emociones y sentimientos pueden ser percibidas en el cuerpo. Hay personas que dicen sentir algo, pero cuando se les pregunta dónde experimentan ese sentimiento, no tienen ningún registro corporal de él. En estos casos, es muy probable que no se trate de un sentimiento, sino de la idea de estar teniendo uno.

[3] El sentir pertenece más a la zona interna y querer algo implica un proceso cognitivo más complejo. Para poder querer algo es necesario imaginar algo que no está presente. Señalando esto quiero hacer notar que lo que ocurre en cada una de nuestras zonas puede ser “contradictorio”, puedo estar sintiendo algo –zona interna- y queriendo sentir otra cosa que en este momento no existe en mi realidad inmediata –zona intermedia-.

[4] A modo de ejemplo; en mi experiencia como psicoterapeuta he visto a muchas personas angustiadas porque decían estar tristes pero no comprendían bien qué les pasaba. Y cuándo les he preguntado ¿me puedes decir cómo es tu tristeza? Comienzan a decirme cosas como “es terrible, no entiendo qué me pasa… ¿será que mi familia, mis padres han influído en mi de manera negativa y por eso me pasa esto?”. Ante este tipo de respuestas les digo “no, no es eso lo que te pregunté. Dime cómo es tu tristeza en tu cuerpo, descríbeme lo que realmente sientes, no lo que piensas”. Ante esto comienzan a describirme lo que sienten, es decir, sus sensaciones corporales, y debido a que se mantienen en contacto con su zona interna finalmente se emocionan, lloran, comprenden qué les sucede y se alivian. Se descubre que lo que se estaba sintiendo no era lo que se creía que se sentía –muchas veces la persona supone que tiene pena, pero en realidad tiene rabia, p. ej.-. Además se suele descubrir que lo que se estaba sintiendo no tenía casi ninguna relación con lo que se había supuesto que era la causa de ese sentimiento y que además, la solución no era tampoco la que habían imaginado, sino que la mayoría de las veces suele ser mucho más simple: permitirse sentir y aceptar lo que se siente sin juicios. Es decir, mantenerse durante un tiempo suficiente en la zona interna sin hacer suposiciones, interpretaciones, etc.


Por Tomás de la Fuente H.

18-3-2011