jueves, 3 de septiembre de 2009

Cómo Escuchar para Escuchar

El título de este artículo no es redundante por dos motivos. El primero, es que la palabra “escuchar” está escrita con comillas la segunda vez, lo cual implica una diferencia de significado entre la primera y la segunda palabra (en el texto original está escrita con itálica, pero el editor de blogger no me permite la itálica en el título). Y el segundo, es que es necesario llamar la atención de alguna manera para que alguien escuche –si un título algo absurdo puede llamar la atención sobre un tema de tan fundamental importancia, ¡valga la redundancia!-.
¿Cuál podría ser la diferencia entre escuchar y escuchar?
Diría yo que la diferencia radica en el para qué uno escucha y los estados internos que la escucha puede despertar entre dos o más personas. En general, cuando le pregunto a las personas para qué sirve escuchar, las respuestas más habituales son: “para saber cosas acerca del otro”, “para poder ayudar, aconsejar”,”para que el otro se sienta considerado, acogido”, etc. Por supuesto que todas estas cosas son ciertas e importantes, sin embargo, el escuchar puede ir mucho más lejos.
Cuando he hecho esta pregunta, aún nadie me ha dicho “uno puede escuchar para que la otra persona se pueda escuchar a sí misma”, ni tampoco me han dicho “uno puede escuchar para tener un momento de mágica intimidad con el otro”. El desconocimiento de estas posibilidades del escuchar empobrece no sólo nuestras relaciones interpersonales, sino también nuestra sensación de estar viviendo una vida que tiene sentido.

Escucharse a Si Mismo

Todos los seres vivos necesitan orientarse para enfrentarse a la vida. Para poder hacerlo, necesitan distinguir qué es lo relevante para la existencia de lo que no lo es. Por ejemplo, en el momento que tengo sed, necesito poder darme cuenta que lo más importante para mí será cualquier líquido que pueda beber y que en cambio, un pedazo de pan no podrá darme lo que necesito. Si no puedo hacer estas distinciones, entonces podría correr el riesgo de comer pan para satisfacer la sed… hasta morir de deshidratación.
Ahora bien, para saber qué es lo importante, los seres vivos no sólo necesitan poder usar sus cinco sentidos para orientarse en el mundo, sino que también necesitan usar otro sentido más. Este sentido vendría siendo la capacidad de percibirse a sí mismo. Si no puedo sentir sed, entonces tampoco buscaré agua cuando la necesite.
Esta capacidad que tienen los seres vivos de percibirse a sí mismos, funciona como una brújula interna la cual les permite saber qué hacer y cuando hacerlo. En los seres humanos, con mucha frecuencia y casi sin excepción, esta brújula está más o menos desajustada. ¿Por qué está desajustada? La respuesta es sencilla; con frecuencia funcionamos en función a consideraciones ajenas a nosotros mismos, es decir, en vez de percibirnos a nosotros mismos para encontrar orientación, recurrimos a lo que “otros dicen”, lo que “la sociedad dice”, “las reglas”, “la moral”.
No hay nada de malo en considerar las normas sociales y las ideas de otras personas, de hecho es muy importante para la convivencia y la adaptación social. El problema es que con demasiada frecuencia, consideramos estas cosas a costa de negar lo que nuestras voces interiores dicen. Es fácil entender que así sea ya, que muchas veces nuestras voces interiores se oponen y están en conflicto con las voces externas. Podría ser que yo esté sintiendo mucho enojo y ganas de golpear a alguna persona, lo cual se opone con las normas de convivencia. El problema no surge porque yo evite golpear a mi interlocutor para adaptarme, sino que el problema surge cuando yo niego mis sentimientos de enojo para poder adaptarme.
Al negarme a mi mismo, pierdo contacto con esta brújula interna. Si bien es verdad que golpear a alguien cada vez que uno siente enojo está muy lejos de ser una buena forma de enfrentar las molestias, el sentimiento de enojo es muy importante, ya que si está presente es porque hay algo que perturba mi equilibrio.
Los sentimientos, emociones y sensaciones, son un síntoma que avisa que algo relevante está sucediendo. Para entender mejor qué es un síntoma sirva el siguiente ejemplo: supongamos que la alarma de una casa está sonando debido a que hay ladrones en ella. En este caso la alarma es el síntoma y los ladrones la causa de que el síntoma esté ahí. Si la alarma suena, lo más sensato será llamar a la policía o idear algún plan para cuidar la casa y sus habitantes. La alarma es la brújula que me permite orientar mi acción, es eso que motiva mis actos y me permite saber qué es lo importante en la situación. Dependerá luego de mi buen juicio la decisión que tome… lo importante en este punto es que gracias al síntoma, puedo orientar mis acciones en función de mis reales necesidades.
Cuando nuestra brújula está dañada, lo que ocurre es que en vez de escuchar la alarma y cuidar la casa, lo que solemos hacer es apagar la alarma porque su sonido nos parece molesto. En relación a nuestros sentimientos, con frecuencia creemos y sentimos que son nuestros sentimientos los que nos amenazan.
Por ejemplo, supongamos que yo tengo la idea de que soy una persona muy pacífica y conciliadora y que me siento muy orgulloso de ser así. También podría considerar que las personas que se muestran airadas y agresivas, deben ser sancionadas con el desprecio… es muy posible que sienta un secreto desprecio hacia esas personas. Todas estas ideas las he ido adquiriendo a lo largo de mi vida debido a los aprendizajes que he tenido; tal vez mis padres me decían que tenía que ser “bueno”, o mis profesores, o tal vez yo mismo llegué a esa conclusión. Sentir en mi propia persona el sentimiento de enojo me resultará muy amenazante, porque de ser así, me convertiré al menos durante un rato en eso que yo considero que no debo ser. Podría fantasear con que otros harán lo mismo que yo le hago a las personas que se enojan, supondré que seré despreciado.
Ahora bien, el enojo es el síntoma, es la alarma que me avisa que algo importante está sucediendo y que debo poner atención a ese asunto para resolverlo. Sin embargo, si he desarrollado toda esa serie de ideas rígidas acerca del enojo, lo que haré será apagar la alarma… y “se robarán la casa”.
En términos muy generales, es más o menos este el mecanismo a través del cual dejamos de escucharnos a nosotros mismos. No es de extrañar que con frecuencia nos encontremos en diversas situaciones de la vida sin saber qué hacer o cómo resolver nuestra situación. Esto sucede así porque hemos dejado de escuchar a nuestra propia brújula interna. Es así como tenemos muy poca claridad respecto a qué es lo que necesitamos y qué acciones podríamos llevar a cabo.
Escucharse a sí mismo implica necesariamente entrar en contacto con nuestras emociones, sentimientos y sensaciones corporales, ya que es gracias a ellas que podemos comprender qué es lo que necesitamos y qué es relevante para nosotros. Es necesario poder escucharse, ya que así podemos vivir de acuerdo con lo que realmente necesitamos y realmente somos.
Una vez que hemos contactado eso que nos sucede -“nuestros síntomas”-, tenemos la posibilidad de tomar una buena decisión. Nuestra brújula interna es un mecanismo que funciona de modo espontáneo, independiente de nuestra voluntad. Por esto, muchas veces no nos gusta lo que ella nos muestra –ya que es independiente de nuestra voluntad, puede mostrarnos cosas que no queremos ver-.
Afortunadamente es así, porque los seres humanos tenemos la tendencia a percibir sólo lo que queremos percibir -y esto no siempre resulta conveniente-. Gracias a nuestra brújula interna, podemos darnos cuenta de cosas que no nos gustan, pero que tienen un valor muy importante para la vida. Nuestra brújula interna es una especie de detector de verdades, las verdades personales. Y, si bien es cierto que la verdad puede ser dolorosa, también libera. En este sentido, la falta de escucha hacia uno mismo, es vivir en una mentira.

Por lo tanto, uno puede escuchar a alguien para que se escuche a sí mismo. Esta forma de escuchar está hoy en día muy descuidada… tal vez siempre lo estuvo.

Momentos de Mágica Intimidad con el Otro

Tan importante como escucharse a uno mismo, es también poder vivir relaciones profundamente significativas. En la mayoría de nuestras interacciones cotidianas con otras personas, las conversaciones giran en torno a situaciones ajenas a la profundidad de las personas; se habla de lo que uno ha hecho, de lo que otros han hecho, de lo que sucedió en tal lugar, de la economía, la política, el clima, etc. Pero rara vez se habla de la profundidad de uno mismo.
No hay nada de malo en estas interacciones más superficiales, el problema es que con frecuencia nuestras interacciones se limitan exclusivamente a ella. Nos relacionamos con los demás desde la superficie de nosotros mismos y “tocamos” solamente la superficie de otros. No es de extrañarse que con frecuencia nos sintamos un poco vacíos y solos[1].
Cuando escuchamos a otra persona y esa persona se escucha a sí misma, ocurre que nosotros también compartimos por un momento la profundidad y la verdad del otro, lo cual nos lleva al mismo tiempo a la profundidad y la verdad en nosotros mismos. Es como estar siendo testigos de un gran acontecimiento ante el cual es muy difícil no conmoverse. Durante ese breve momento, se produce un encuentro entre dos almas, un encuentro difícil de olvidar que deja una hermosa huella. Esa es una de las cosas más propias de los seres humanos; en la simplicidad de nuestra verdad, de nuestro corazón, se manifiesta una magia misteriosa que por un momento nos asoma a los misterios del universo cuando la compartimos. Es en el encuentro con estas verdades simples que nuestros vínculos pueden volverse significativos. Es el arte de vivir la relación.

El Arte de Vivir la Relación

En el subtítulo he puesto la palabra “arte”. Y con esto quiero llamar la atención sobre la belleza que florece en el acto de escuchar y escucharse. Escuchar es una forma de crear belleza, de percibirla y nutrirse de ella.
Al escuchar a otra persona, habría que hacerlo con la actitud del artista… la actitud de entrar en un espacio sagrado, de maravillarse ante la contemplación de lo que se va desplegando ante nuestra vista y nuestros sentidos… mirar al otro a los ojos y reconocer la belleza intrínseca que existe en el compartir el corazón, ver la belleza en el otro y reconocerse también a uno mismo como parte de esa belleza que surge en el encuentro. Simplemente relajarse y recibir humildemente la gracia que nos trae el compartir la verdad… aunque pueda doler. En el calor del encuentro el dolor se vuelve belleza. Y ¿cuál es la obra de arte? Ese momento compartido y también eso que queda, esa huella que deja el encuentro.
Belleza, Verdad y también Bondad. Cuando tenemos un encuentro de este tipo, la experiencia de la bondad también se manifiesta. Por un momento contactamos esa posibilidad maravillosa del ser humano, descubrimos que nuestro dolor se parece mucho al del otro y que el del otro al nuestro. Es una bondad espontánea, no la bondad cerebral del que quiere ser bueno en función de valores morales externos. Es la bondad viva que surge del reconocimiento de lo que somos esencialmente. De eso que nos une a pesar de las diferencias.
Por supuesto que cuando uno escucha, no todo es tan maravilloso y teñido de esta especie de “gracia”. A veces el escuchar puede sentirse como algo muy difícil de tragar… áspero, pesado. Sin embargo, poco a poco, el escuchador que persevera, comienza a descubrir el valor liberador de la verdad y cómo la verdad acaba trayendo belleza y bondad a la vida. Comenzamos a descubrir que en nuestras relaciones estábamos acostumbrados a no escuchar, y que no nos habíamos dado cuenta de lo venenosa que podía ser esta actitud.
En este sentido, escuchar puede convertirse en un antídoto para los males de nuestras relaciones –y aunque no es la única medicina necesaria, es muy importante y una de las más básicas-.

Algunos Testimonios de quienes han escuchado

Cuando doy clases en la universidad, una de las primeras cosas que hago es enseñar a mis alumnos a escuchar de este modo. A continuación quiero entregar cinco sugerencias que facilitan el escuchar y tienen como efecto que el otro se escuche a sí mismo y los interlocutores entren en este espacio de Bondad, Verdad y Belleza. Pero antes, quiero compartir los testimonios de algunos de mis alumnos que han practicado esta forma de escucha ya que son, en parte, sus relatos los que han llamado mi atención sobre la importancia de escribir sobre el arte de escuchar. A través de sus relatos es posible intuir la profundidad de los encuentros que se producen entre las personas cuando alguien escucha.

“Fue muy interesante hablar con mi madre, descubrirla, que me dijera cuándo era feliz, y de qué forma, o mejor dicho cómo era su felicidad. A veces estoy tan preocupada de mis actividades diarias que descuido relaciones tan lindas como la nuestra. Fue bueno alimentarla de esta manera, escucharla con todos mis sentidos atentos. Volví a sentir algo que me pasó en clases… una sensación grata en mi cuerpo, como cuando se le da un abrazo a alguien querido, o como cuando llega algo que esperabas hace mucho. Fue algo en el pecho, una satisfacción de escuchar y comprender a la otra persona. Creo que es de gran ayuda para ambas.” Amaranta Flores

“Fue una experiencia muy emocionante, logré sentir ese contacto con la otra persona, una extraña conexión, que iba desde mis ojos hasta mis pies. Mi mamá es una muy buena amiga, pero no sé si yo tanto para ella. Con este ejercicio comprendí que jamás supe escucharla, lo único que hacía era darle importancia a lo que yo sentía, sin siquiera tomarme el tiempo para detenerme a escucharla con atención.
Ese día le dije: "Te escucho". Ella no quería, creo que ambas temíamos que ocurriera lo mismo de siempre; terminar enojadas. Ninguna imaginó lo que sentiríamos después de esa conversación.Poco a poco me fui sumergiendo en su voz, luego en su sentir… quería concentrarme en ella, en sus ojos, hasta en sus arrugas que antes no había notado. Llegó un momento en que comenzó a emocionarse. Las cosas han cambiado… recordó a quienes ya no están y no pude no emocionarme con ella. Es algo que pocas veces he experimentado… sentir el dolor "con el otro" o el dolor "del otro", no sé muy bien cuál de las dos cosas fue.
Me decía que se sentía bien siendo escuchada y que ella tampoco sabía lo que era escuchar, que ni su mejor amiga se había detenido alguna vez a escucharla de esa forma… de una forma tan profunda que nos hizo sentirnos una.” Geraldine Ortuya

“… escuchar es experimentar, es… entender… sordos gemidos, estímulos, circulaciones, infinitos modos, constante carrera de seres, es sentir, momentos, intensidad y dolor, fatigas, debilidades naturales, sentir la existencia, sentir un proceso, acumulaciones angustiosas, expresiones, y movimientos, significancia, sentir es un aprendizaje.
… tal vez el entendimiento pase a segundo plano cuando estamos experimentando el simplemente sentir a la otra persona queriendo ayudarla. Tal vez nuestro sentimiento nunca sea el mismo que el de la otra persona, pero nos acercamos a lo más humano que consiste en percibir, en captar que nuestra existencia no se limita solo a nuestro propio ser. Sí bien es cierto que pensamos y sentimos desde nosotros, es al instante de escuchar cuando más nos acercamos a otra persona y nos alejamos del límite de la soledad, es el instante donde nos logramos conectar con algo tan maravilloso como lo es el mundo de otra persona… es inmiscuirse, querer adquirir experiencia, es asomarse a un instante cercano, trayendo a la persona hasta nosotros.” Pamela Carrillo

“Escuchar a mi mamá me ayudó mucho a reencontrarme conmigo, mi pasado y, especialmente, con ella. Tuvimos una conexión que creo jamás antes había sucedido. Ella también dijo lo mismo.” Macarena Ortiz

“Escuché a la profesora jefe de mi hija… fue tan especial. Se dieron algunos temas y me habló de la muerte de su padre. Le pregunte sobre su situación y como se sentía. Por un rato me dediqué a escucharla largamente. Ella tenía mucho sentimiento de culpa en relación a haber abandonado a su padre por dedicarse a trabajar. Eso la aquejaba mucho. Esa conversación que se dio fue inesperada y reconfortante para ella. Tal vez pudo expresar esos sentimientos que la hacían sentir mal y después decidió tomar una licencia para reponerse y pensar en si misma… Esto me hizo pensar que tan solo con escuchar puedes internarte en la otra persona y ayudarla.” Anónima

“Después de que hablamos y de haber escuchado, la sensación con la que me quedé es la de cercanía con el otro, de formar parte de la vida del otro, de sentirme una parte fundamental en la vida del otro y viceversa. Porque así como yo escucho, él me escucha, de forma que cada uno es fundamental para el otro y se pasa de ser amigos a ser algo así como hermanos.
… quizás me siento más cercano porque sé que el otro confió en mí para contarme algo y ese algo, por muy burdo que sea, lo valoro y lo considero algo importante. Y así el otro también pasa a ser algo más que un simple compañero… y desde aquí todo cambia, ya sea desde el saludo hasta la forma de conversar y relacionarse.” Jean Spier

Cómo escuchar para escuchar

Quiero proponer cinco cosas que quien desee escuchar puede practicar para facilitar que el otro se escuche a sí mismo y ambos interlocutores puedan entrar en el espacio de Verdad, Bondad y Belleza.

1-. Evitar dar cualquier clase de opinión personal, consejo, y/o juicio acerca de lo que al otro le sucede o lo que debiera hacer

De todas las sugerencias que haré, considero que ésta es la más importante al momento de escuchar. Pienso que siguiendo solamente ésta sugerencia, el proceso de escuchar tiene lugar. Debemos tener en cuenta que nuestro objetivo no es “ayudar” al otro con nuestra infinita sabiduría, ni aconsejarlo con nuestra “profunda” experiencia, sino facilitar que se escuche a sí mismo. Recordemos que el supuesto básico es que si el otro se escucha a sí mismo, podrá encontrar su propio camino.
Si uno interrumpe al otro con las propias ideas, lo único que consigue es que desvíe su atención de sí mismo y la lleve hacia "afuera". El entrar en contacto con uno mismo es algo que requiere tiempo y, cuando sucede, es literalmente un estado de trance. Cada vez que le arrojamos al otro nuestras ideas, juicios y consejos, quebramos ese estado de trance al que había entrado.
En este sentido, la mejor actitud es la de quien contempla una obra de arte. Cuando escuchamos música, si realmente queremos disfrutarla, simplemente estamos receptivos. No estamos pensando “ese acorde no debiera estar ahí”, “ese instrumento no viene al caso”, etc. Lo que hacemos para disfrutar una obra de arte es recibirla y dejarnos sorprender por ella. Simplemente estamos ante ella, percibiéndola y percibiendo eso que sucede dentro de nosotros al contemplarla.
Habría que considerar que las demás personas son obras de arte. Son hermosas creaciones del universo, ¿porqué tendríamos que decirles lo que tienen que hacer? ¿podríamos simplemente permitir que sean lo que son y como son?
Cuando las personas tienen un espacio y un tiempo para ser lo que son, encuentran su camino. Escuchar al otro sin inmiscuir las propias ideas es justamente regalarle un momento para ser exactamente lo que es, para expresarse realmente del modo que se expresa, para pensar exactamente del modo que piensa, para sentir del modo que siente. Es algo así como regalarle unos minutos de aceptación incondicional y libertad frente a otra persona, de regalarle unos minutos para descubrir la obra de arte que es, de valorarse, de sentirse digno de ser tal cual es.
Es una cosa muy poco habitual sentir que el otro no quiere manipularnos de algún modo. La mayor parte del tiempo en que interactuamos con otros, estamos esperando que el otro nos sonría, o nos escuche, o nos vea, o no nos vea, o se enoje, o no se enoje… esperamos alguna clase de reacción. Es muy raro que alguien esté con nosotros sin pedirnos nada. La actitud de quien escucha es la de quien simplemente acompaña con su silencio, presencia y atención, honrando y reconociendo así la existencia del otro.
Estos son los motivos por los cuales sugiero que debemos evitar aconsejar o dar opiniones personales. Cada vez que lo hacemos, le quitamos algo al otro. Cada vez que lo contemplamos, le damos algo.
Para sintetizar de modo muy concreto, esta primera sugerencia consiste en darse un tiempo para estar frente al otro en silencio, solo escuchando y sin decir nada.

2-. Utilizar preguntas que piden descripciones y evitar hacer preguntas que piden explicaciones

Tal vez uno de los más lamentables supuestos que dominan nuestra forma habitual de pensar, es creer que las explicaciones pueden resolverlo todo. Y, particularmente en relación al mundo interior de las personas, creer que pueden resolver y aclarar las cosas. Es mi opinión que la explicación tiene limitaciones brutales a la hora de ayudar a alguien a escucharse a sí mismo. Las explicaciones nos hacen llegar a conclusiones y las conclusiones dan por terminada la exploración de los datos de la realidad.
El mundo interno de las personas es como un gigantesco mar inexplorado. Generalmente sólo conocemos las playas de nuestro mundo interno, pero rara vez las profundidades del mar. Entrar en la profundidad de nuestro mar es lo que precisamos para orientarnos y sentirnos realmente plenos en la vida. Cuando vivimos la vida desde la superficie, sentimos que la vida es trivial, superflua, carente de significado y sentido.
Las explicaciones nos hacen naufragar en la orilla. Las descripciones, en cambio, nos invitan a entrar en la profundidad con una actitud curiosa y dispuesta a descubrir cosas nuevas. Voy a dar un ejemplo para que se entienda mejor a qué me refiero. Comienzo ilustrando lo que sucede habitualmente con las preguntas explicativas:
- Tengo pena…
- ¿Por qué tienes pena?
- Porque siento que mi madre no me quiere.
- ¿Por qué eso te da pena?
- Porque soy demasiado sensible. Todo me afecta. Nunca he podido superarlo. Yo sé que no puedo esperar más de ella, pero no puedo evitar querer que me quiera más. Soy demasiado dependiente.
- Y, ¿Por qué eres dependiente?
- No sé, siempre he sido así. Me parezco demasiado a mi padre.

Observemos lo que sucede al hacer preguntas descriptivas:

- Tengo pena…
- ¿Cómo es tu pena?
- Es…[2] dolorosa.
- ¿Dónde la sientes?
- Aquí, en mi pecho… también siento la garganta apretada. Siento como si me estuviesen maltratando…
- ¿Cuándo sientes esta pena?
- Cuando mi madre me ignora.
- ¿y qué más sientes cuando te ignora?
- Mmm, pena solamente.
- ¿Y… habrá algo más además de esta pena? ¿Qué otros matices tiene este sentimiento?
- …es un poco rabiosa la pena que siento.
- ¿Cómo es esta rabia?
- …es… como una sensación de impotencia… es verdad, también me da rabia. En realidad también tengo rabia con ella.
- Cuéntame más sobre esta rabia…

En el primer ejemplo, la persona habla acerca de las conclusiones que ya tenía acerca de lo que le sucede. Es muy habitual que después de pedir demasiadas explicaciones, la conversación tienda a cerrarse y ya no haya más que decir. En el segundo ejemplo, cada vez que se piden descripciones, la persona es invitada a explorarse a sí misma para responder. Es decir, para responder debe entrar en contacto con sus sentimientos y situaciones concretas y específicas –en vez de recurrir a construcciones abstractas, generalizaciones y conclusiones-.
De este modo, acaban surgiendo elementos nuevos a considerar, tanto quien escucha, como el escuchado, se sorprenden ante lo nuevo y comienzan juntos a recorrer un camino desconocido. Cada vez que al discurso de la persona se le van agregando elementos gracias al esfuerzo de hacer descripciones, se amplía la percepción de sí misma y esto facilita que encuentre su propio camino. Y no sólo es importante que aparezcan elementos nuevos sobre los cuáles pensar, sino sobretodo que la persona comienza a sentirse afectada en el aquí y el ahora por esos elementos. Inevitablemente al describir hechos y situaciones concretas, la persona comienza a entrar en contacto con sentimientos, con su cuerpo, consigo misma. Se interna en el paisaje desconocido de su mundo interior.
Las preguntas que facilitan la autoexploración son algunas de las siguientes; “Cómo…”, Cuándo…”, “Dónde…”, “Qué haces cuando…”, “Qué sientes cuando…”, “Qué cosas piensas cuando…”, etc.

3.- Dar retroalimentación al otro describiéndole qué es lo que entiende uno al escuchar.

El lenguaje tiene serias limitaciones para transmitir todos los matices que tiene la experiencia humana. La experiencia humana es multidimensional. En ella encontramos simultáneamente muchos planos de experiencias que se superponen y que tienen diversas lógicas y naturalezas. Está el cuerpo, los sentimientos, las emociones, los pensamientos, los deseos, las percepciones de los cinco sentidos, etc., etc. Es muy difícil transmitir todo lo que nos sucede utilizando palabras. Más difícil aún es para quien escucha poder captar toda la mutidimensionalidad del otro. Sólo podemos acercarnos un poco, nunca podemos comprender del todo la experiencia del otro.
Es habitual que mientras una persona dice algo, quien escucha entienda otra cosa –a veces entiende algo muy diferente y otras algo similar, pero nunca igual-. Esto sucede porque para poder acercarnos al significado que algo tiene para la otra persona, debemos comprender sus palabras y, en este esfuerzo de comprensión no podemos evitar utilizar nuestros propios marcos de referencia para interpretar esas palabras.
Supongamos que nunca hubiésemos probado una manzana. Un muy buen amigo decide hablarnos acerca de su sabor y nos lo comienza a describir. La única forma en que podemos acercarnos a la comprensión de sus palabras es recurriendo a los recuerdos de todos los sabores que conocemos. A pesar de lo precisa que pueda ser la descripción del sabor de la manzana, estaremos muy lejos de saber cómo es la experiencia que tiene nuestro amigo cada vez que come una manzana.
Es por esta razón que la mejor actitud al intentar escuchar, es suponer que somos incapaces de comprender, imaginando algo así como que fuésemos realmente muy estúpidos. Así, el dar retroalimentación al otro se dará de forma natural. Cada cierto tiempo sentiremos la necesidad de decirle a nuestro interlocutor lo que creemos haber entendido. Si realmente conseguimos adoptar la actitud del ignorante, nos sentiremos muy incómodos al no decirle al otro lo que creemos comprender, ya que sabremos que no sabemos si comprendemos o no.
Cada vez que uno le explica a la otra persona qué es lo que cree haber comprendido, tiene la posibilidad de ser corregido y al mismo tiempo quien habla tiene la posibilidad de describir con mayor precisión sus vivencias. También la persona que habla se siente mejor comprendida cuando uno lo hace y esto estimula la autoexploración. Por ejemplo:

- Sobre lo que me dices de tu mujer… ¿lo que te sucede que estás enojado con ella porque no te preguntó con anticipación qué es lo que harías el fin de semana tomando ella sola las decisiones por los dos? ¿Te sentiste poco considerado?
- No… no es exactamente eso lo que me enoja. Es más bien el tono en que me habló cuando le hice notar que no me había preguntado… fue como si me estuviese diciendo que yo era demasiado distraído como para interesarme en programar los fines de semana.
- ¿Cómo es esto de que eres demasiado distraído?
- A veces tengo la impresión de que ella me considera inútil para algunas cosas. Que por ser distraído no tuviera derecho a tomar decisiones. Eso me enoja, que piense que soy inútil.
- Entonces estás enojado porque imaginas que ella te considera inútil.
- Ahora que lo dices… es algo que siempre me ha molestado. No me había dado cuenta.

Dar retroalimentación sirve entonces a dos objetivos. Primero, dando retroalimentación uno se cerciora de estar comprendiendo al otro todo lo que es humanamente posible. Segundo, la persona que habla escucha de boca de otro lo que ella misma había dicho y esto se convierte en ocasión para volver a escucharse a sí misma y también entrar en mayor contacto con sus vivencias –es como mirarse a un espejo con detenimiento-.

4.- Centrar al otro en el presente y
5.- Centrarse uno mismo en el presente


Sólo es posible estar en contacto con uno mismo en el aquí y ahora. El futuro no existe más que en nuestra imaginación, lo mismo sucede con el pasado. En el único momento en el cual podemos tener contacto con nosotros mismos es en el presente. Para contactar con nosotros mismos es necesario que podamos sentirnos y percibirnos. No podemos percibir o sentir algo que no está presente aquí y ahora. Y, aunque nuestros pensamientos y palabras puedan referirse a cosas abstractas o momentos que aún no llegan, el acto de pensar y hablar ocurre siempre aquí y ahora. Hacer contacto con lo que decimos y pensamos, sólo puede suceder en el presente.
Con mucha frecuencia hablamos sin fijarnos mucho en el presente. La mayor parte de nuestra atención mantenemos en el contenido de nuestros pensamientos y lo que sucede aquí y ahora suele desdibujarse ante ellos. Es como si tuviésemos la impresión que el contenido de nuestros pensamientos fuese más real que la realidad "perceptible".
Cuando nos centramos en el presente, es decir, sentimos nuestro cuerpo, escuchamos nuestras palabras, reparamos en el proceso del pensar, somos conscientes de la mirada del otro, del espacio, del lugar, del transcurrir del tiempo, tomamos consciencia de que existimos, que somos un proceso vivo. Podemos maravillarnos y sorprendernos con los fenómenos que acontecen en los distintos niveles de nuestra multidimensionalidad. Dejamos de ser una máquina que reproduce datos obsoletos y descubrimos que somos un ser humano que respira, siente, sufre, ama, aquí y ahora, todo sucediendo en este momento.
Es en el aquí y ahora en el único lugar en el que nuestra brújula interna opera. No puedo sentir la sed que sentiré mañana, ya que el mañana no ha llegado todavía. Pero puedo saber ahora si tengo o no tengo sed, simplemente prestando atención al presente. Cuántas veces nos hemos creído sedientos y al observar nuestras sensaciones descubrimos que no tenemos sed. Y por el contrario, cuantas veces hemos creído que no tenemos sed y, al observar nuestras sensaciones descubrimos con sorpresa o pesar que estamos sedientos. Valga esta observación para cualquier evento psicológico posible.
Al centrar al otro en el presente, le ayudamos a percibir su realidad más inmediata y a establecer contacto son su brújula interna, su voz interior viva, en proceso aquí y ahora. Es en el presente el único lugar en el que podemos escucharnos a nosotros mismos. Y es observando nuestra brújula como podemos encontrar nuestros caminos. El contacto con el presente es el elemento clave del escucharse a uno mismo.
Y también es el elemento clave para entrar en el espacio de Verdad, Bondad y Belleza. Sólo podemos conmovernos con algo en el aquí y ahora… incluso si al tener un recuerdo nos conmovemos, eso sucede aquí y ahora. El conmoverse -y el sentir en general-, afecta a todos los niveles de nuestro ser, comenzando por nuestro cuerpo. No existen experiencias incorpóreas. Solo podemos apreciar la obra de arte que el otro es, en el presente. Sólo puede quedar una huella en nosotros si en el presente ha ocurrido algo real, corpóreo[3].
¿Cómo centrarse uno mismo en el presente? Es sencillo, basta con poner atención al propio cuerpo, a los propios movimientos, a nuestra respiración. Estar siempre atento a cómo lo que va sucediendo nos afecta corporalmente. Algunas preguntas que puede hacerse quien escucha que pueden ayudar a estar en el presente son: ¿Qué sucede en mi cuerpo aquí y ahora? ¿Qué pasa en mi cuerpo ahora que la otra persona está sintiendo tal o cual cosa? ¿Cómo está mi respiración? ¿Cómo está mi cara? ¿Cómo me siento? Etc.
A menudo nuestro cuerpo nos permite tener nociones muy precisas de qué es lo que sucede con la otra persona. Personalmente, sé que el otro se está sintiendo aliviado con la conversación porque yo mismo siento alivio en mi propio cuerpo, como si me hubiese liberado de un peso. Cuando reparo en mi propia sensación de alivio mientras escucho a alguien suelo preguntarle; ¿cómo te sientes ahora? Casi invariablemente la respuesta es “aliviado/a”. Lo mismo cuando me siento tenso y apretado. También ocurre muchas veces que uno comienza a sentir alguna cosa que también la otra persona siente pero de la cual aún no ha hablado o de la cual ni siquiera se ha dado cuenta. Entonces uno podría preguntar “Sabes, estoy sintiendo tal cosa… ¿podrá ser que tú sientas también algo similar en este momento?”. Hay ocasiones en las que uno se siente horriblemente aburrido escuchando y podría preguntar “¿Te sientes involucrado en la conversación? ¿Podrá ser que estés hablando de cosas que ahora no te importan?”
Siempre estas preguntas deben hacerse como una sugerencia, nunca como una afirmación, ya que en ocasiones lo que uno siente no guarda ninguna relación con la experiencia presente de la otra persona. Si las hacemos como afirmaciones, corremos el riesgo de que el otro comience a defenderse de nosotros. Y, dependiendo de su personalidad, podrá retraerse, irritarse, pelear, sentirse incomprendido, invadido, etc. Cualquier cosa menos continuar en contacto consigo mismo.
A este fenómeno en que sentimos en nosotros los sentimientos del otro se le ha llamado “resonar”. Los seres humanos, al igual que todos los mamíferos, tenemos la capacidad de contagiarnos emocionalmente unos a otros. Esto, entre otras cosas, permite que podamos comprendernos a niveles que están por debajo de la consciencia. Es un proceso espontáneo y automático que nos vincula con los otros. Si hacemos conscientes estos fenómenos podemos tomar consciencia de significados que están en las profundidades del ser. Y estos significados profundos, al ser comprendidos, liberan.
Y ¿Cómo centrar al otro en el presente? También es muy fácil. Basta con preguntar de vez en cuando ¿Qué estás sintiendo ahora? O también hacer observaciones muy concretas como por ejemplo, “Mientras dices tal cosa, veo que mueves tus manos…”, “la forma en que me miras ha cambiado, ¿qué sientes?”, “¿Cómo está tu cuerpo ahora? ¿Qué sensaciones corporales tienes ahora que te llamen la atención?”

Ojalá este Artículo Despierte tu Curiosidad

Es mi convencimiento que si sistemáticamente se educara a las personas para aprender a escuchar, la calidad de vida de todos mejoraría drásticamente. Tendríamos mejor salud mental, emocional y también física. Es muy sencillo, no se necesitan recursos de ningún tipo. Casi la totalidad de los conflictos entre las personas se origina en el desconocimiento que tenemos del mundo interno del otro, de cómo interpreta las cosas, cómo las siente, cómo las vive. Cuando no conocemos al otro, sin darnos cuenta, fantaseamos que es un enemigo. Cuando lo contactamos, nos damos cuenta que se parece mucho a nosotros.

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Por Tomás de la Fuente H.

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[1] No quiero dar a entender con esta última frase que el vacío y la soledad haya que erradicarlas, todo lo contrario, son experiencias fundamentales imposibles de evitar, buenas y necesarias. Es sólo que con mucha frecuencia las vivimos de manera dolorosa y considero que en gran medida esto se debe a nuestra poca capacidad de escucha.
[2] Los tres puntos los he utilizado para sugerir que la persona se toma una pequeña pausa para responder. Esta pausa es muy importante, ya que en ella, la persona lleva su atención a sus sensaciones corporales de modo espontáneo para encontrar la respuesta correcta.
[3] Quiero llamar la atención en este punto sobre algunas observaciones que hicieron los alumnos al describir sus experiencias al escuchar. Por ejemplo: “logré sentir ese contacto con la otra persona, una extraña conexión, que iba desde mis ojos hasta mis pies”, o también, “escuchar es experimentar, es… entender… sordos gemidos, estímulos, circulaciones, infinitos modos, constante carrera de seres, es sentir, momentos, intensidad y dolor, fatigas, debilidades naturales, sentir la existencia, sentir un proceso, acumulaciones angustiosas, expresiones, y movimientos, significancia, sentir es un aprendizaje.” En ambos pasajes se describen sensaciones corporales y yo diría que la gran mayoría de las descripciones no son metafóricas, son literales, aluden a sensaciones que se pueden percibir de forma muy clara y concreta en el cuerpo. _______________________________________________________________________
Información sobre cursos y talleres: http://gestaltymeditacion.blogspot.com/