jueves, 3 de septiembre de 2009

Cómo Escuchar para Escuchar

El título de este artículo no es redundante por dos motivos. El primero, es que la palabra “escuchar” está escrita con comillas la segunda vez, lo cual implica una diferencia de significado entre la primera y la segunda palabra (en el texto original está escrita con itálica, pero el editor de blogger no me permite la itálica en el título). Y el segundo, es que es necesario llamar la atención de alguna manera para que alguien escuche –si un título algo absurdo puede llamar la atención sobre un tema de tan fundamental importancia, ¡valga la redundancia!-.
¿Cuál podría ser la diferencia entre escuchar y escuchar?
Diría yo que la diferencia radica en el para qué uno escucha y los estados internos que la escucha puede despertar entre dos o más personas. En general, cuando le pregunto a las personas para qué sirve escuchar, las respuestas más habituales son: “para saber cosas acerca del otro”, “para poder ayudar, aconsejar”,”para que el otro se sienta considerado, acogido”, etc. Por supuesto que todas estas cosas son ciertas e importantes, sin embargo, el escuchar puede ir mucho más lejos.
Cuando he hecho esta pregunta, aún nadie me ha dicho “uno puede escuchar para que la otra persona se pueda escuchar a sí misma”, ni tampoco me han dicho “uno puede escuchar para tener un momento de mágica intimidad con el otro”. El desconocimiento de estas posibilidades del escuchar empobrece no sólo nuestras relaciones interpersonales, sino también nuestra sensación de estar viviendo una vida que tiene sentido.

Escucharse a Si Mismo

Todos los seres vivos necesitan orientarse para enfrentarse a la vida. Para poder hacerlo, necesitan distinguir qué es lo relevante para la existencia de lo que no lo es. Por ejemplo, en el momento que tengo sed, necesito poder darme cuenta que lo más importante para mí será cualquier líquido que pueda beber y que en cambio, un pedazo de pan no podrá darme lo que necesito. Si no puedo hacer estas distinciones, entonces podría correr el riesgo de comer pan para satisfacer la sed… hasta morir de deshidratación.
Ahora bien, para saber qué es lo importante, los seres vivos no sólo necesitan poder usar sus cinco sentidos para orientarse en el mundo, sino que también necesitan usar otro sentido más. Este sentido vendría siendo la capacidad de percibirse a sí mismo. Si no puedo sentir sed, entonces tampoco buscaré agua cuando la necesite.
Esta capacidad que tienen los seres vivos de percibirse a sí mismos, funciona como una brújula interna la cual les permite saber qué hacer y cuando hacerlo. En los seres humanos, con mucha frecuencia y casi sin excepción, esta brújula está más o menos desajustada. ¿Por qué está desajustada? La respuesta es sencilla; con frecuencia funcionamos en función a consideraciones ajenas a nosotros mismos, es decir, en vez de percibirnos a nosotros mismos para encontrar orientación, recurrimos a lo que “otros dicen”, lo que “la sociedad dice”, “las reglas”, “la moral”.
No hay nada de malo en considerar las normas sociales y las ideas de otras personas, de hecho es muy importante para la convivencia y la adaptación social. El problema es que con demasiada frecuencia, consideramos estas cosas a costa de negar lo que nuestras voces interiores dicen. Es fácil entender que así sea ya, que muchas veces nuestras voces interiores se oponen y están en conflicto con las voces externas. Podría ser que yo esté sintiendo mucho enojo y ganas de golpear a alguna persona, lo cual se opone con las normas de convivencia. El problema no surge porque yo evite golpear a mi interlocutor para adaptarme, sino que el problema surge cuando yo niego mis sentimientos de enojo para poder adaptarme.
Al negarme a mi mismo, pierdo contacto con esta brújula interna. Si bien es verdad que golpear a alguien cada vez que uno siente enojo está muy lejos de ser una buena forma de enfrentar las molestias, el sentimiento de enojo es muy importante, ya que si está presente es porque hay algo que perturba mi equilibrio.
Los sentimientos, emociones y sensaciones, son un síntoma que avisa que algo relevante está sucediendo. Para entender mejor qué es un síntoma sirva el siguiente ejemplo: supongamos que la alarma de una casa está sonando debido a que hay ladrones en ella. En este caso la alarma es el síntoma y los ladrones la causa de que el síntoma esté ahí. Si la alarma suena, lo más sensato será llamar a la policía o idear algún plan para cuidar la casa y sus habitantes. La alarma es la brújula que me permite orientar mi acción, es eso que motiva mis actos y me permite saber qué es lo importante en la situación. Dependerá luego de mi buen juicio la decisión que tome… lo importante en este punto es que gracias al síntoma, puedo orientar mis acciones en función de mis reales necesidades.
Cuando nuestra brújula está dañada, lo que ocurre es que en vez de escuchar la alarma y cuidar la casa, lo que solemos hacer es apagar la alarma porque su sonido nos parece molesto. En relación a nuestros sentimientos, con frecuencia creemos y sentimos que son nuestros sentimientos los que nos amenazan.
Por ejemplo, supongamos que yo tengo la idea de que soy una persona muy pacífica y conciliadora y que me siento muy orgulloso de ser así. También podría considerar que las personas que se muestran airadas y agresivas, deben ser sancionadas con el desprecio… es muy posible que sienta un secreto desprecio hacia esas personas. Todas estas ideas las he ido adquiriendo a lo largo de mi vida debido a los aprendizajes que he tenido; tal vez mis padres me decían que tenía que ser “bueno”, o mis profesores, o tal vez yo mismo llegué a esa conclusión. Sentir en mi propia persona el sentimiento de enojo me resultará muy amenazante, porque de ser así, me convertiré al menos durante un rato en eso que yo considero que no debo ser. Podría fantasear con que otros harán lo mismo que yo le hago a las personas que se enojan, supondré que seré despreciado.
Ahora bien, el enojo es el síntoma, es la alarma que me avisa que algo importante está sucediendo y que debo poner atención a ese asunto para resolverlo. Sin embargo, si he desarrollado toda esa serie de ideas rígidas acerca del enojo, lo que haré será apagar la alarma… y “se robarán la casa”.
En términos muy generales, es más o menos este el mecanismo a través del cual dejamos de escucharnos a nosotros mismos. No es de extrañar que con frecuencia nos encontremos en diversas situaciones de la vida sin saber qué hacer o cómo resolver nuestra situación. Esto sucede así porque hemos dejado de escuchar a nuestra propia brújula interna. Es así como tenemos muy poca claridad respecto a qué es lo que necesitamos y qué acciones podríamos llevar a cabo.
Escucharse a sí mismo implica necesariamente entrar en contacto con nuestras emociones, sentimientos y sensaciones corporales, ya que es gracias a ellas que podemos comprender qué es lo que necesitamos y qué es relevante para nosotros. Es necesario poder escucharse, ya que así podemos vivir de acuerdo con lo que realmente necesitamos y realmente somos.
Una vez que hemos contactado eso que nos sucede -“nuestros síntomas”-, tenemos la posibilidad de tomar una buena decisión. Nuestra brújula interna es un mecanismo que funciona de modo espontáneo, independiente de nuestra voluntad. Por esto, muchas veces no nos gusta lo que ella nos muestra –ya que es independiente de nuestra voluntad, puede mostrarnos cosas que no queremos ver-.
Afortunadamente es así, porque los seres humanos tenemos la tendencia a percibir sólo lo que queremos percibir -y esto no siempre resulta conveniente-. Gracias a nuestra brújula interna, podemos darnos cuenta de cosas que no nos gustan, pero que tienen un valor muy importante para la vida. Nuestra brújula interna es una especie de detector de verdades, las verdades personales. Y, si bien es cierto que la verdad puede ser dolorosa, también libera. En este sentido, la falta de escucha hacia uno mismo, es vivir en una mentira.

Por lo tanto, uno puede escuchar a alguien para que se escuche a sí mismo. Esta forma de escuchar está hoy en día muy descuidada… tal vez siempre lo estuvo.

Momentos de Mágica Intimidad con el Otro

Tan importante como escucharse a uno mismo, es también poder vivir relaciones profundamente significativas. En la mayoría de nuestras interacciones cotidianas con otras personas, las conversaciones giran en torno a situaciones ajenas a la profundidad de las personas; se habla de lo que uno ha hecho, de lo que otros han hecho, de lo que sucedió en tal lugar, de la economía, la política, el clima, etc. Pero rara vez se habla de la profundidad de uno mismo.
No hay nada de malo en estas interacciones más superficiales, el problema es que con frecuencia nuestras interacciones se limitan exclusivamente a ella. Nos relacionamos con los demás desde la superficie de nosotros mismos y “tocamos” solamente la superficie de otros. No es de extrañarse que con frecuencia nos sintamos un poco vacíos y solos[1].
Cuando escuchamos a otra persona y esa persona se escucha a sí misma, ocurre que nosotros también compartimos por un momento la profundidad y la verdad del otro, lo cual nos lleva al mismo tiempo a la profundidad y la verdad en nosotros mismos. Es como estar siendo testigos de un gran acontecimiento ante el cual es muy difícil no conmoverse. Durante ese breve momento, se produce un encuentro entre dos almas, un encuentro difícil de olvidar que deja una hermosa huella. Esa es una de las cosas más propias de los seres humanos; en la simplicidad de nuestra verdad, de nuestro corazón, se manifiesta una magia misteriosa que por un momento nos asoma a los misterios del universo cuando la compartimos. Es en el encuentro con estas verdades simples que nuestros vínculos pueden volverse significativos. Es el arte de vivir la relación.

El Arte de Vivir la Relación

En el subtítulo he puesto la palabra “arte”. Y con esto quiero llamar la atención sobre la belleza que florece en el acto de escuchar y escucharse. Escuchar es una forma de crear belleza, de percibirla y nutrirse de ella.
Al escuchar a otra persona, habría que hacerlo con la actitud del artista… la actitud de entrar en un espacio sagrado, de maravillarse ante la contemplación de lo que se va desplegando ante nuestra vista y nuestros sentidos… mirar al otro a los ojos y reconocer la belleza intrínseca que existe en el compartir el corazón, ver la belleza en el otro y reconocerse también a uno mismo como parte de esa belleza que surge en el encuentro. Simplemente relajarse y recibir humildemente la gracia que nos trae el compartir la verdad… aunque pueda doler. En el calor del encuentro el dolor se vuelve belleza. Y ¿cuál es la obra de arte? Ese momento compartido y también eso que queda, esa huella que deja el encuentro.
Belleza, Verdad y también Bondad. Cuando tenemos un encuentro de este tipo, la experiencia de la bondad también se manifiesta. Por un momento contactamos esa posibilidad maravillosa del ser humano, descubrimos que nuestro dolor se parece mucho al del otro y que el del otro al nuestro. Es una bondad espontánea, no la bondad cerebral del que quiere ser bueno en función de valores morales externos. Es la bondad viva que surge del reconocimiento de lo que somos esencialmente. De eso que nos une a pesar de las diferencias.
Por supuesto que cuando uno escucha, no todo es tan maravilloso y teñido de esta especie de “gracia”. A veces el escuchar puede sentirse como algo muy difícil de tragar… áspero, pesado. Sin embargo, poco a poco, el escuchador que persevera, comienza a descubrir el valor liberador de la verdad y cómo la verdad acaba trayendo belleza y bondad a la vida. Comenzamos a descubrir que en nuestras relaciones estábamos acostumbrados a no escuchar, y que no nos habíamos dado cuenta de lo venenosa que podía ser esta actitud.
En este sentido, escuchar puede convertirse en un antídoto para los males de nuestras relaciones –y aunque no es la única medicina necesaria, es muy importante y una de las más básicas-.

Algunos Testimonios de quienes han escuchado

Cuando doy clases en la universidad, una de las primeras cosas que hago es enseñar a mis alumnos a escuchar de este modo. A continuación quiero entregar cinco sugerencias que facilitan el escuchar y tienen como efecto que el otro se escuche a sí mismo y los interlocutores entren en este espacio de Bondad, Verdad y Belleza. Pero antes, quiero compartir los testimonios de algunos de mis alumnos que han practicado esta forma de escucha ya que son, en parte, sus relatos los que han llamado mi atención sobre la importancia de escribir sobre el arte de escuchar. A través de sus relatos es posible intuir la profundidad de los encuentros que se producen entre las personas cuando alguien escucha.

“Fue muy interesante hablar con mi madre, descubrirla, que me dijera cuándo era feliz, y de qué forma, o mejor dicho cómo era su felicidad. A veces estoy tan preocupada de mis actividades diarias que descuido relaciones tan lindas como la nuestra. Fue bueno alimentarla de esta manera, escucharla con todos mis sentidos atentos. Volví a sentir algo que me pasó en clases… una sensación grata en mi cuerpo, como cuando se le da un abrazo a alguien querido, o como cuando llega algo que esperabas hace mucho. Fue algo en el pecho, una satisfacción de escuchar y comprender a la otra persona. Creo que es de gran ayuda para ambas.” Amaranta Flores

“Fue una experiencia muy emocionante, logré sentir ese contacto con la otra persona, una extraña conexión, que iba desde mis ojos hasta mis pies. Mi mamá es una muy buena amiga, pero no sé si yo tanto para ella. Con este ejercicio comprendí que jamás supe escucharla, lo único que hacía era darle importancia a lo que yo sentía, sin siquiera tomarme el tiempo para detenerme a escucharla con atención.
Ese día le dije: "Te escucho". Ella no quería, creo que ambas temíamos que ocurriera lo mismo de siempre; terminar enojadas. Ninguna imaginó lo que sentiríamos después de esa conversación.Poco a poco me fui sumergiendo en su voz, luego en su sentir… quería concentrarme en ella, en sus ojos, hasta en sus arrugas que antes no había notado. Llegó un momento en que comenzó a emocionarse. Las cosas han cambiado… recordó a quienes ya no están y no pude no emocionarme con ella. Es algo que pocas veces he experimentado… sentir el dolor "con el otro" o el dolor "del otro", no sé muy bien cuál de las dos cosas fue.
Me decía que se sentía bien siendo escuchada y que ella tampoco sabía lo que era escuchar, que ni su mejor amiga se había detenido alguna vez a escucharla de esa forma… de una forma tan profunda que nos hizo sentirnos una.” Geraldine Ortuya

“… escuchar es experimentar, es… entender… sordos gemidos, estímulos, circulaciones, infinitos modos, constante carrera de seres, es sentir, momentos, intensidad y dolor, fatigas, debilidades naturales, sentir la existencia, sentir un proceso, acumulaciones angustiosas, expresiones, y movimientos, significancia, sentir es un aprendizaje.
… tal vez el entendimiento pase a segundo plano cuando estamos experimentando el simplemente sentir a la otra persona queriendo ayudarla. Tal vez nuestro sentimiento nunca sea el mismo que el de la otra persona, pero nos acercamos a lo más humano que consiste en percibir, en captar que nuestra existencia no se limita solo a nuestro propio ser. Sí bien es cierto que pensamos y sentimos desde nosotros, es al instante de escuchar cuando más nos acercamos a otra persona y nos alejamos del límite de la soledad, es el instante donde nos logramos conectar con algo tan maravilloso como lo es el mundo de otra persona… es inmiscuirse, querer adquirir experiencia, es asomarse a un instante cercano, trayendo a la persona hasta nosotros.” Pamela Carrillo

“Escuchar a mi mamá me ayudó mucho a reencontrarme conmigo, mi pasado y, especialmente, con ella. Tuvimos una conexión que creo jamás antes había sucedido. Ella también dijo lo mismo.” Macarena Ortiz

“Escuché a la profesora jefe de mi hija… fue tan especial. Se dieron algunos temas y me habló de la muerte de su padre. Le pregunte sobre su situación y como se sentía. Por un rato me dediqué a escucharla largamente. Ella tenía mucho sentimiento de culpa en relación a haber abandonado a su padre por dedicarse a trabajar. Eso la aquejaba mucho. Esa conversación que se dio fue inesperada y reconfortante para ella. Tal vez pudo expresar esos sentimientos que la hacían sentir mal y después decidió tomar una licencia para reponerse y pensar en si misma… Esto me hizo pensar que tan solo con escuchar puedes internarte en la otra persona y ayudarla.” Anónima

“Después de que hablamos y de haber escuchado, la sensación con la que me quedé es la de cercanía con el otro, de formar parte de la vida del otro, de sentirme una parte fundamental en la vida del otro y viceversa. Porque así como yo escucho, él me escucha, de forma que cada uno es fundamental para el otro y se pasa de ser amigos a ser algo así como hermanos.
… quizás me siento más cercano porque sé que el otro confió en mí para contarme algo y ese algo, por muy burdo que sea, lo valoro y lo considero algo importante. Y así el otro también pasa a ser algo más que un simple compañero… y desde aquí todo cambia, ya sea desde el saludo hasta la forma de conversar y relacionarse.” Jean Spier

Cómo escuchar para escuchar

Quiero proponer cinco cosas que quien desee escuchar puede practicar para facilitar que el otro se escuche a sí mismo y ambos interlocutores puedan entrar en el espacio de Verdad, Bondad y Belleza.

1-. Evitar dar cualquier clase de opinión personal, consejo, y/o juicio acerca de lo que al otro le sucede o lo que debiera hacer

De todas las sugerencias que haré, considero que ésta es la más importante al momento de escuchar. Pienso que siguiendo solamente ésta sugerencia, el proceso de escuchar tiene lugar. Debemos tener en cuenta que nuestro objetivo no es “ayudar” al otro con nuestra infinita sabiduría, ni aconsejarlo con nuestra “profunda” experiencia, sino facilitar que se escuche a sí mismo. Recordemos que el supuesto básico es que si el otro se escucha a sí mismo, podrá encontrar su propio camino.
Si uno interrumpe al otro con las propias ideas, lo único que consigue es que desvíe su atención de sí mismo y la lleve hacia "afuera". El entrar en contacto con uno mismo es algo que requiere tiempo y, cuando sucede, es literalmente un estado de trance. Cada vez que le arrojamos al otro nuestras ideas, juicios y consejos, quebramos ese estado de trance al que había entrado.
En este sentido, la mejor actitud es la de quien contempla una obra de arte. Cuando escuchamos música, si realmente queremos disfrutarla, simplemente estamos receptivos. No estamos pensando “ese acorde no debiera estar ahí”, “ese instrumento no viene al caso”, etc. Lo que hacemos para disfrutar una obra de arte es recibirla y dejarnos sorprender por ella. Simplemente estamos ante ella, percibiéndola y percibiendo eso que sucede dentro de nosotros al contemplarla.
Habría que considerar que las demás personas son obras de arte. Son hermosas creaciones del universo, ¿porqué tendríamos que decirles lo que tienen que hacer? ¿podríamos simplemente permitir que sean lo que son y como son?
Cuando las personas tienen un espacio y un tiempo para ser lo que son, encuentran su camino. Escuchar al otro sin inmiscuir las propias ideas es justamente regalarle un momento para ser exactamente lo que es, para expresarse realmente del modo que se expresa, para pensar exactamente del modo que piensa, para sentir del modo que siente. Es algo así como regalarle unos minutos de aceptación incondicional y libertad frente a otra persona, de regalarle unos minutos para descubrir la obra de arte que es, de valorarse, de sentirse digno de ser tal cual es.
Es una cosa muy poco habitual sentir que el otro no quiere manipularnos de algún modo. La mayor parte del tiempo en que interactuamos con otros, estamos esperando que el otro nos sonría, o nos escuche, o nos vea, o no nos vea, o se enoje, o no se enoje… esperamos alguna clase de reacción. Es muy raro que alguien esté con nosotros sin pedirnos nada. La actitud de quien escucha es la de quien simplemente acompaña con su silencio, presencia y atención, honrando y reconociendo así la existencia del otro.
Estos son los motivos por los cuales sugiero que debemos evitar aconsejar o dar opiniones personales. Cada vez que lo hacemos, le quitamos algo al otro. Cada vez que lo contemplamos, le damos algo.
Para sintetizar de modo muy concreto, esta primera sugerencia consiste en darse un tiempo para estar frente al otro en silencio, solo escuchando y sin decir nada.

2-. Utilizar preguntas que piden descripciones y evitar hacer preguntas que piden explicaciones

Tal vez uno de los más lamentables supuestos que dominan nuestra forma habitual de pensar, es creer que las explicaciones pueden resolverlo todo. Y, particularmente en relación al mundo interior de las personas, creer que pueden resolver y aclarar las cosas. Es mi opinión que la explicación tiene limitaciones brutales a la hora de ayudar a alguien a escucharse a sí mismo. Las explicaciones nos hacen llegar a conclusiones y las conclusiones dan por terminada la exploración de los datos de la realidad.
El mundo interno de las personas es como un gigantesco mar inexplorado. Generalmente sólo conocemos las playas de nuestro mundo interno, pero rara vez las profundidades del mar. Entrar en la profundidad de nuestro mar es lo que precisamos para orientarnos y sentirnos realmente plenos en la vida. Cuando vivimos la vida desde la superficie, sentimos que la vida es trivial, superflua, carente de significado y sentido.
Las explicaciones nos hacen naufragar en la orilla. Las descripciones, en cambio, nos invitan a entrar en la profundidad con una actitud curiosa y dispuesta a descubrir cosas nuevas. Voy a dar un ejemplo para que se entienda mejor a qué me refiero. Comienzo ilustrando lo que sucede habitualmente con las preguntas explicativas:
- Tengo pena…
- ¿Por qué tienes pena?
- Porque siento que mi madre no me quiere.
- ¿Por qué eso te da pena?
- Porque soy demasiado sensible. Todo me afecta. Nunca he podido superarlo. Yo sé que no puedo esperar más de ella, pero no puedo evitar querer que me quiera más. Soy demasiado dependiente.
- Y, ¿Por qué eres dependiente?
- No sé, siempre he sido así. Me parezco demasiado a mi padre.

Observemos lo que sucede al hacer preguntas descriptivas:

- Tengo pena…
- ¿Cómo es tu pena?
- Es…[2] dolorosa.
- ¿Dónde la sientes?
- Aquí, en mi pecho… también siento la garganta apretada. Siento como si me estuviesen maltratando…
- ¿Cuándo sientes esta pena?
- Cuando mi madre me ignora.
- ¿y qué más sientes cuando te ignora?
- Mmm, pena solamente.
- ¿Y… habrá algo más además de esta pena? ¿Qué otros matices tiene este sentimiento?
- …es un poco rabiosa la pena que siento.
- ¿Cómo es esta rabia?
- …es… como una sensación de impotencia… es verdad, también me da rabia. En realidad también tengo rabia con ella.
- Cuéntame más sobre esta rabia…

En el primer ejemplo, la persona habla acerca de las conclusiones que ya tenía acerca de lo que le sucede. Es muy habitual que después de pedir demasiadas explicaciones, la conversación tienda a cerrarse y ya no haya más que decir. En el segundo ejemplo, cada vez que se piden descripciones, la persona es invitada a explorarse a sí misma para responder. Es decir, para responder debe entrar en contacto con sus sentimientos y situaciones concretas y específicas –en vez de recurrir a construcciones abstractas, generalizaciones y conclusiones-.
De este modo, acaban surgiendo elementos nuevos a considerar, tanto quien escucha, como el escuchado, se sorprenden ante lo nuevo y comienzan juntos a recorrer un camino desconocido. Cada vez que al discurso de la persona se le van agregando elementos gracias al esfuerzo de hacer descripciones, se amplía la percepción de sí misma y esto facilita que encuentre su propio camino. Y no sólo es importante que aparezcan elementos nuevos sobre los cuáles pensar, sino sobretodo que la persona comienza a sentirse afectada en el aquí y el ahora por esos elementos. Inevitablemente al describir hechos y situaciones concretas, la persona comienza a entrar en contacto con sentimientos, con su cuerpo, consigo misma. Se interna en el paisaje desconocido de su mundo interior.
Las preguntas que facilitan la autoexploración son algunas de las siguientes; “Cómo…”, Cuándo…”, “Dónde…”, “Qué haces cuando…”, “Qué sientes cuando…”, “Qué cosas piensas cuando…”, etc.

3.- Dar retroalimentación al otro describiéndole qué es lo que entiende uno al escuchar.

El lenguaje tiene serias limitaciones para transmitir todos los matices que tiene la experiencia humana. La experiencia humana es multidimensional. En ella encontramos simultáneamente muchos planos de experiencias que se superponen y que tienen diversas lógicas y naturalezas. Está el cuerpo, los sentimientos, las emociones, los pensamientos, los deseos, las percepciones de los cinco sentidos, etc., etc. Es muy difícil transmitir todo lo que nos sucede utilizando palabras. Más difícil aún es para quien escucha poder captar toda la mutidimensionalidad del otro. Sólo podemos acercarnos un poco, nunca podemos comprender del todo la experiencia del otro.
Es habitual que mientras una persona dice algo, quien escucha entienda otra cosa –a veces entiende algo muy diferente y otras algo similar, pero nunca igual-. Esto sucede porque para poder acercarnos al significado que algo tiene para la otra persona, debemos comprender sus palabras y, en este esfuerzo de comprensión no podemos evitar utilizar nuestros propios marcos de referencia para interpretar esas palabras.
Supongamos que nunca hubiésemos probado una manzana. Un muy buen amigo decide hablarnos acerca de su sabor y nos lo comienza a describir. La única forma en que podemos acercarnos a la comprensión de sus palabras es recurriendo a los recuerdos de todos los sabores que conocemos. A pesar de lo precisa que pueda ser la descripción del sabor de la manzana, estaremos muy lejos de saber cómo es la experiencia que tiene nuestro amigo cada vez que come una manzana.
Es por esta razón que la mejor actitud al intentar escuchar, es suponer que somos incapaces de comprender, imaginando algo así como que fuésemos realmente muy estúpidos. Así, el dar retroalimentación al otro se dará de forma natural. Cada cierto tiempo sentiremos la necesidad de decirle a nuestro interlocutor lo que creemos haber entendido. Si realmente conseguimos adoptar la actitud del ignorante, nos sentiremos muy incómodos al no decirle al otro lo que creemos comprender, ya que sabremos que no sabemos si comprendemos o no.
Cada vez que uno le explica a la otra persona qué es lo que cree haber comprendido, tiene la posibilidad de ser corregido y al mismo tiempo quien habla tiene la posibilidad de describir con mayor precisión sus vivencias. También la persona que habla se siente mejor comprendida cuando uno lo hace y esto estimula la autoexploración. Por ejemplo:

- Sobre lo que me dices de tu mujer… ¿lo que te sucede que estás enojado con ella porque no te preguntó con anticipación qué es lo que harías el fin de semana tomando ella sola las decisiones por los dos? ¿Te sentiste poco considerado?
- No… no es exactamente eso lo que me enoja. Es más bien el tono en que me habló cuando le hice notar que no me había preguntado… fue como si me estuviese diciendo que yo era demasiado distraído como para interesarme en programar los fines de semana.
- ¿Cómo es esto de que eres demasiado distraído?
- A veces tengo la impresión de que ella me considera inútil para algunas cosas. Que por ser distraído no tuviera derecho a tomar decisiones. Eso me enoja, que piense que soy inútil.
- Entonces estás enojado porque imaginas que ella te considera inútil.
- Ahora que lo dices… es algo que siempre me ha molestado. No me había dado cuenta.

Dar retroalimentación sirve entonces a dos objetivos. Primero, dando retroalimentación uno se cerciora de estar comprendiendo al otro todo lo que es humanamente posible. Segundo, la persona que habla escucha de boca de otro lo que ella misma había dicho y esto se convierte en ocasión para volver a escucharse a sí misma y también entrar en mayor contacto con sus vivencias –es como mirarse a un espejo con detenimiento-.

4.- Centrar al otro en el presente y
5.- Centrarse uno mismo en el presente


Sólo es posible estar en contacto con uno mismo en el aquí y ahora. El futuro no existe más que en nuestra imaginación, lo mismo sucede con el pasado. En el único momento en el cual podemos tener contacto con nosotros mismos es en el presente. Para contactar con nosotros mismos es necesario que podamos sentirnos y percibirnos. No podemos percibir o sentir algo que no está presente aquí y ahora. Y, aunque nuestros pensamientos y palabras puedan referirse a cosas abstractas o momentos que aún no llegan, el acto de pensar y hablar ocurre siempre aquí y ahora. Hacer contacto con lo que decimos y pensamos, sólo puede suceder en el presente.
Con mucha frecuencia hablamos sin fijarnos mucho en el presente. La mayor parte de nuestra atención mantenemos en el contenido de nuestros pensamientos y lo que sucede aquí y ahora suele desdibujarse ante ellos. Es como si tuviésemos la impresión que el contenido de nuestros pensamientos fuese más real que la realidad "perceptible".
Cuando nos centramos en el presente, es decir, sentimos nuestro cuerpo, escuchamos nuestras palabras, reparamos en el proceso del pensar, somos conscientes de la mirada del otro, del espacio, del lugar, del transcurrir del tiempo, tomamos consciencia de que existimos, que somos un proceso vivo. Podemos maravillarnos y sorprendernos con los fenómenos que acontecen en los distintos niveles de nuestra multidimensionalidad. Dejamos de ser una máquina que reproduce datos obsoletos y descubrimos que somos un ser humano que respira, siente, sufre, ama, aquí y ahora, todo sucediendo en este momento.
Es en el aquí y ahora en el único lugar en el que nuestra brújula interna opera. No puedo sentir la sed que sentiré mañana, ya que el mañana no ha llegado todavía. Pero puedo saber ahora si tengo o no tengo sed, simplemente prestando atención al presente. Cuántas veces nos hemos creído sedientos y al observar nuestras sensaciones descubrimos que no tenemos sed. Y por el contrario, cuantas veces hemos creído que no tenemos sed y, al observar nuestras sensaciones descubrimos con sorpresa o pesar que estamos sedientos. Valga esta observación para cualquier evento psicológico posible.
Al centrar al otro en el presente, le ayudamos a percibir su realidad más inmediata y a establecer contacto son su brújula interna, su voz interior viva, en proceso aquí y ahora. Es en el presente el único lugar en el que podemos escucharnos a nosotros mismos. Y es observando nuestra brújula como podemos encontrar nuestros caminos. El contacto con el presente es el elemento clave del escucharse a uno mismo.
Y también es el elemento clave para entrar en el espacio de Verdad, Bondad y Belleza. Sólo podemos conmovernos con algo en el aquí y ahora… incluso si al tener un recuerdo nos conmovemos, eso sucede aquí y ahora. El conmoverse -y el sentir en general-, afecta a todos los niveles de nuestro ser, comenzando por nuestro cuerpo. No existen experiencias incorpóreas. Solo podemos apreciar la obra de arte que el otro es, en el presente. Sólo puede quedar una huella en nosotros si en el presente ha ocurrido algo real, corpóreo[3].
¿Cómo centrarse uno mismo en el presente? Es sencillo, basta con poner atención al propio cuerpo, a los propios movimientos, a nuestra respiración. Estar siempre atento a cómo lo que va sucediendo nos afecta corporalmente. Algunas preguntas que puede hacerse quien escucha que pueden ayudar a estar en el presente son: ¿Qué sucede en mi cuerpo aquí y ahora? ¿Qué pasa en mi cuerpo ahora que la otra persona está sintiendo tal o cual cosa? ¿Cómo está mi respiración? ¿Cómo está mi cara? ¿Cómo me siento? Etc.
A menudo nuestro cuerpo nos permite tener nociones muy precisas de qué es lo que sucede con la otra persona. Personalmente, sé que el otro se está sintiendo aliviado con la conversación porque yo mismo siento alivio en mi propio cuerpo, como si me hubiese liberado de un peso. Cuando reparo en mi propia sensación de alivio mientras escucho a alguien suelo preguntarle; ¿cómo te sientes ahora? Casi invariablemente la respuesta es “aliviado/a”. Lo mismo cuando me siento tenso y apretado. También ocurre muchas veces que uno comienza a sentir alguna cosa que también la otra persona siente pero de la cual aún no ha hablado o de la cual ni siquiera se ha dado cuenta. Entonces uno podría preguntar “Sabes, estoy sintiendo tal cosa… ¿podrá ser que tú sientas también algo similar en este momento?”. Hay ocasiones en las que uno se siente horriblemente aburrido escuchando y podría preguntar “¿Te sientes involucrado en la conversación? ¿Podrá ser que estés hablando de cosas que ahora no te importan?”
Siempre estas preguntas deben hacerse como una sugerencia, nunca como una afirmación, ya que en ocasiones lo que uno siente no guarda ninguna relación con la experiencia presente de la otra persona. Si las hacemos como afirmaciones, corremos el riesgo de que el otro comience a defenderse de nosotros. Y, dependiendo de su personalidad, podrá retraerse, irritarse, pelear, sentirse incomprendido, invadido, etc. Cualquier cosa menos continuar en contacto consigo mismo.
A este fenómeno en que sentimos en nosotros los sentimientos del otro se le ha llamado “resonar”. Los seres humanos, al igual que todos los mamíferos, tenemos la capacidad de contagiarnos emocionalmente unos a otros. Esto, entre otras cosas, permite que podamos comprendernos a niveles que están por debajo de la consciencia. Es un proceso espontáneo y automático que nos vincula con los otros. Si hacemos conscientes estos fenómenos podemos tomar consciencia de significados que están en las profundidades del ser. Y estos significados profundos, al ser comprendidos, liberan.
Y ¿Cómo centrar al otro en el presente? También es muy fácil. Basta con preguntar de vez en cuando ¿Qué estás sintiendo ahora? O también hacer observaciones muy concretas como por ejemplo, “Mientras dices tal cosa, veo que mueves tus manos…”, “la forma en que me miras ha cambiado, ¿qué sientes?”, “¿Cómo está tu cuerpo ahora? ¿Qué sensaciones corporales tienes ahora que te llamen la atención?”

Ojalá este Artículo Despierte tu Curiosidad

Es mi convencimiento que si sistemáticamente se educara a las personas para aprender a escuchar, la calidad de vida de todos mejoraría drásticamente. Tendríamos mejor salud mental, emocional y también física. Es muy sencillo, no se necesitan recursos de ningún tipo. Casi la totalidad de los conflictos entre las personas se origina en el desconocimiento que tenemos del mundo interno del otro, de cómo interpreta las cosas, cómo las siente, cómo las vive. Cuando no conocemos al otro, sin darnos cuenta, fantaseamos que es un enemigo. Cuando lo contactamos, nos damos cuenta que se parece mucho a nosotros.

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Por Tomás de la Fuente H.

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[1] No quiero dar a entender con esta última frase que el vacío y la soledad haya que erradicarlas, todo lo contrario, son experiencias fundamentales imposibles de evitar, buenas y necesarias. Es sólo que con mucha frecuencia las vivimos de manera dolorosa y considero que en gran medida esto se debe a nuestra poca capacidad de escucha.
[2] Los tres puntos los he utilizado para sugerir que la persona se toma una pequeña pausa para responder. Esta pausa es muy importante, ya que en ella, la persona lleva su atención a sus sensaciones corporales de modo espontáneo para encontrar la respuesta correcta.
[3] Quiero llamar la atención en este punto sobre algunas observaciones que hicieron los alumnos al describir sus experiencias al escuchar. Por ejemplo: “logré sentir ese contacto con la otra persona, una extraña conexión, que iba desde mis ojos hasta mis pies”, o también, “escuchar es experimentar, es… entender… sordos gemidos, estímulos, circulaciones, infinitos modos, constante carrera de seres, es sentir, momentos, intensidad y dolor, fatigas, debilidades naturales, sentir la existencia, sentir un proceso, acumulaciones angustiosas, expresiones, y movimientos, significancia, sentir es un aprendizaje.” En ambos pasajes se describen sensaciones corporales y yo diría que la gran mayoría de las descripciones no son metafóricas, son literales, aluden a sensaciones que se pueden percibir de forma muy clara y concreta en el cuerpo. _______________________________________________________________________
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jueves, 6 de agosto de 2009

Autorregulación Organísmica y Terapia Gestalt: Ser lo que Somos

La autorregulación organísmica es sin duda, uno de los conceptos más importantes que inspiran la práctica de la psicoterapia Gestalt. Todos los seres vivos, para mantenerse vivos, necesitan satisfacer sus necesidades; beber agua, comer alimento, tener protección, etc. La autorregulación organísmica es el proceso a través del cual los seres vivos se adaptan a su ambiente y satisfacen sus necesidades –fisiológicas, afectivas, espirituales, etc.-. Las necesidades que tenga un organismo van a depender de la interacción entre las condiciones del ambiente y la estructura del organismo.

Por ejemplo, un ser humano que camina bajo el rojo sol del desierto, necesitará mucha más agua que uno que camina por la ciudad en invierno. En este ejemplo cambia la situación ambiental y cambia por lo tanto, la cantidad de agua necesaria. La estructura del organismo es la misma en los dos casos. Del mismo modo, un ser humano necesitará mucha menos agua para subsistir en el desierto que una flor. Aquí tenemos un ejemplo de la importancia de la estructura. La urgencia y la naturaleza de las necesidades de un organismo, dependerán de esas dos variables; condiciones ambientales y estructura.

Podría decirse que el proceso de autorregulación organísmica tiene básicamente dos fases. Primero, darse cuenta de la necesidad y, segundo, hacer algo para satisfacerla. En el caso de la deshidratación, el organismo vivo tomará consciencia de la sensación sed y luego, buscará agua. En caso de que el organismo esté sano y sus mecanismos de autorregulación estén funcionando libremente, podrá volver a hidratarse y de este modo seguir vivo. Por lo tanto, la posibilidad de que los seres vivos se mantengan vivos depende, de forma muy sintetizada, de dos elementos básicos; de su capacidad de darse cuenta y de su capacidad de actuar sobre el medio ambiente de forma efectiva.

En Gestalt se dice que las necesidades son como una figura que se destaca sobre un fondo. Por ejemplo, en el momento en que aparece la sed, si ésta es lo suficientemente importante, todas las demás cosas que pudieran resultar interesantes al organismo van a pasar al fondo y en el primer plano de la consciencia del organismo estará la sed y las posibles fuentes de satisfacción de ésta, la llave de agua, una bebida, etc. Es decir, mientras sentimos sed es más importante para nosotros un vaso de agua que cualquier otra cosa que pudiera haber alrededor nuestro.

Esto es muy evidente. Supongamos que estuviésemos leyendo un libro. Mientras leo, lo más relevante para mi “darme cuenta” será lo que el libro dice. Sin embargo, si mis niveles de deshidratación aumentan demasiado, resultará difícil mantener la concentración en la lectura ya que mi atención, de forma espontánea, se dirigirá hacia la sensación de sed. Esto es a lo que se le llama la formación de una figura –que viene siendo casi lo mismo que la aparición de una necesidad-. Una vez que una nueva figura “se abre”, ella misma “pide” ser cerrada.

En el ejemplo, una vez que se abre la figura de la sed, será misma sed la que nos motivará a cerrar el capítulo de la deshidratación. Lo más probable que suceda es que interrumpamos la lectura, bebamos algo y, una vez que la figura de la sed se ha cerrado, nuestra atención volverá de forma espontánea a la siguiente cosa que es relevante en ese momento. Tal vez podamos volver a la lectura a menos que surja otra figura más importante que el leer.
He destacado en el párrafo anterior la palabra “espontánea”. La formación de figuras no es un evento que los organismos crean deliberadamente, sino que es un fenómeno que simplemente ocurre. Y todo el proceso que implica satisfacer una figura que se ha abierto es un proceso natural y relativamente sencillo a menos que el proceso de autorregulación esté dañado. Por ejemplo, nadie elige entristecerse cuando alguien cercano muere, simplemente nos entristecemos y luego buscamos la forma de que esa figura que se abrió, se cierre. Así como la fuerza de gravedad nos acerca al piso, constantemente se nos abren figuras y, si estamos sanos en nuestra capacidad de autorregularnos, las vamos cerrando o concluyendo.

Esta es la naturaleza de los seres vivos; sus procesos son un fluir permanente que va desde el organismo al ambiente y del ambiente al organismo. El mismo proceso de la vida es un fluir espontáneo de ciclos que se abren y luego terminan, una y otra vez, jamás se detiene. El proceso de autorregulación organísmica sólo termina con la muerte.

También, los seres humanos, gracias a que somos mucho más complejos que la mayoría de los seres vivos, tenemos la posibilidad de resistirnos de formas muy complejas a este proceso espontáneo y natural. En todo caso, esto puede ser adaptativo y bueno. Por ejemplo, si me dan ganas de golpear a mi jefe, gracias a una operación cognitiva puedo llegar a la conclusión de que hacer eso me puede perjudicar y entonces puedo detener el impulso a golpear. En el fondo esto corresponde a una capacidad de autorregulación más compleja que la de otros seres vivos. Si aguanto el impulso a golpear, seguramente lo he hecho porque eso también amenaza a mi necesidad de supervivencia –podría perder mi trabajo y no tener para subsistir-.

Sin embargo, esta capacidad para resistirnos al proceso de autorregulación también puede ser patológica.


¿Cuándo es patológica la interrupción del proceso de autorregulación del organismo?


Cuando, a pesar de que dar curso a una figura abierta que no traerá consecuencias desastrosas para la integridad del organismo, nos resistimos de todos modos a hacerlo. Un ejemplo muy común podría ser el de la persona que siente la necesidad de llorar y no puede, a pesar de que hacerlo sería beneficioso y probablemente no traería ninguna consecuencia negativa para nadie.


¿A qué se debe que alguien, aún pudiendo satisfacer una necesidad, no lo hace?

Siguiendo el mismo ejemplo, podría suceder que esta persona haya tenido malas experiencias cuando expresó su tristeza. Tal vez su padre cada vez que lo vio llorar le dijo “eso no es de hombres”, haciéndolo sentir humillado y avergonzado de sí mismo. Esta persona podría haber optado por no llorar nunca más debido a que consideró que era más importante el afecto de su padre que desahogar su tristeza.

En el funcionamiento sano, la decisión de interrumpir una figura no va nunca en contra de la integridad del organismo y siempre se adapta de manera creativa a las circunstancias. En el funcionamiento patológico esto no es así y con frecuencia este tipo de decisiones se mantienen a pesar de las consecuencias catastróficas que esto trae. Además, estas decisiones rígidas y patológicas dejan de ser conscientes para la persona. Es por esto que con tanta frecuencia no sabemos muy bien porqué hacemos lo que hacemos a pesar de que esto no nos hace bien. Una parte de nosotros se da cuenta que nuestro modo de proceder es completamente irracional, pero la otra parte, a pesar de todas las advertencias y buenos consejos, sigue actuando de forma perjudicial.

El proceso de autorregulación se ve interrumpido por consideraciones que no son relevantes para la situación actual y presente. Supongamos que el hombre de nuestro ejemplo ya no vive con su padre, es adulto, y alguien muy cercano a él muere. Es incapaz de llorar porque aún actúa como un niño frente a un padre que no acepta sus sentimientos. A pesar de que su padre no está presente, es incapaz de dar curso a sus sentimientos. Esta incapacidad de llorar se ha convertido en una característica de su personalidad, es decir en un patrón rígido y repetitivo de conducta que interfiere con el mecanismo de autorregulación.

Una vez que se nos rigidizamos, evitamos el contacto con diversos aspectos de nuestro ser. Tenemos temor de enojarnos, entristecernos, asustarnos, ser asertivos, ser pasivos, ser descarados, ser vergonzosos, etc, debido a que mantenemos fantasías catastróficas acerca de lo que nos podría suceder si nos permitiéramos el contacto con algunas figuras que se nos abren durante el proceso de vivir. Tenemos temor de ser íntegramente quienes somos.

Si sistemáticamente evitamos el contacto con diversas figuras, no es de extrañar que con frecuencia nos sintamos insatisfechos, desdichados y bastante confundidos respecto qué es lo que nos sucede.

La evitación de contacto puede operar en las dos fases del proceso de autorregulación que he descrito. Puede suceder que simplemente no nos demos cuenta de nuestras sensaciones corporales que nos alertan de nuestras necesidades. Esto equivaldría a no darme cuenta de que estoy triste cuando lo estoy, no darme cuenta de que estoy cansado cuando estoy cansado, no darme cuenta de que tengo miedo cuando lo tengo.

Imaginemos algunas de las consecuencias fatales que esto puede traer y que con frecuencia trae. Si no me doy cuenta de mi cansancio –esto suele sucederle a las personas que creen que tienen que mantener todo bajo control y que deben ser productivas a toda costa- puedo agotar a tal punto mi cuerpo que luego colapsa enfermando. Si no me doy cuenta del miedo –porque creo que debo ser valiente y erróneamente considero al miedo como un signo de cobardía- podría ir directo a enfrentarme a una manada de leones y morir. Si no puedo entristecerme por una relación de pareja que ha terminado –porque me parece que si estoy triste eso significa que soy una persona patética-, entonces arrastraré un duelo no resuelto y será difícil recuperar la confianza para comenzar una nueva relación. Los ejemplos que podría dar aquí son interminables.

Si el proceso se interrumpe en la siguiente fase, lo más probable es que experimentemos bastante angustia y ansiedad. Por ejemplo, podría ser que me doy cuenta de que estoy muy molesto con mi mujer, pero no se lo expreso –tal vez porque expresar el enojo choca con la idea que tengo de mi mismo, o porque tengo la idea de que si se produjese un conflicto yo no tendría los recursos para enfrentarlo, o quizás, porque no me quiero parecer a mi padre que era muy violento-. En este caso sentiré una gran activación fisiológica pero sin la posibilidad de alivio. Todos sabemos que esto es muy desagradable y puede traer también consecuencias nefastas.

La evitación de contacto patológica, al igual que la sana, está al servicio de preservar al organismo y protegerlo. Sin embargo, lo protege de peligros irreales, que sólo están en nuestra imaginación o en nuestra memoria que ha almacenado nuestras experiencias pasadas.

Los rasgos patológicos de nuestra personalidad tienen el objetivo de protegernos, sin embargo, debido a que se han vuelto automáticos y han perdido su capacidad plástica de deliberación con arreglo a las circunstancias actuales y reales, acaban convirtiéndose en una prisión que nos dificulta la vida. Son una especie de software caduco que se resiste con garras y dientes a la actualización.


¿Porqué los rasgos patológicos de nuestra personalidad se resisten al cambio si resulta tan obvio que no nos ayudan?

Debido a que evitan que seamos y actuemos de modos que creemos que amenazan nuestra integridad. Supongamos que cada vez que expresaba el enojo de niño, recibía un golpe. Hoy en día, es tal la importancia que le doy a evitar golpes, que incluso en situaciones en las que resulta completamente inverosímil recibir un castigo por la expresión del enojo, sigo optando por no expresarlo porque aún creo y siento que es mejor no expresarse que recibir un castigo. Sobretodo mantengo esta actitud porque tengo la idea de que no podría sobrevivir a ésa consecuencia.

Y no sólo protegemos nuestro cuerpo de los golpes y peligros, también protegemos, como si en eso se nos fuera la vida, la idea que tenemos acerca de quienes somos. Queremos mantener nuestro autoconcepto sin manchas, a pesar de que eso nos traiga dolor e insatisfacción.

Es así como acabamos teniendo una especie de fe fanática en nuestras creencias caducas –aunque no lo sepamos, ya que todas estas creencias no son necesariamente conscientes-. Estamos llenos de normas artificiales que entorpecen el proceso espontáneo de vivir. Es así como acabamos sintiendo que la vida es una lucha en la que tenemos que ganar y mantener el control… ganarnos a nosotros mismos, dominarnos… y por supuesto que sufrimos debido a que la voluntad del ser humano es muy frágil en comparación a las leyes del universo. Si pudiésemos controlarlo todo, tal vez esta forma de actuar daría finalmente frutos, pero no es posible. No es posible decirle a la vida cuáles son las necesidades que tenemos que tener y cuáles no. No somos los dueños del proceso de la vida. Podemos aprender a apoyar el proceso espontáneo de la vida –lo cual simplifica las cosas- o seguir luchando en contra –y sufrir innecesariamente una y otra vez-.

El proceso de autorregulación, las figuras o necesidades que vamos experimentando en la vida, son un hecho que sucede sólo y espontáneamente independiente de lo que nosotros queramos que nos suceda. El proceso patológico de interrupción de la autorregulación es un artificio que hemos creado debido a nuestra desconfianza profunda en que nosotros estaremos bien a pesar de que relajemos nuestra constante supervisión y control.

Estamos llenos de conductas rígidas y artificiales enraizadas en creencias que toman la forma de debeísmos; “Yo debo ser amable”, “Yo debo ser fuerte”, “Yo debo ser generoso”, “Yo no debo tener miedo”, “Yo debo tener mucha energía”, “Yo tengo que hacer todo lo posible para que nada dañe mi autoestima”, etc.


¿Cuál es el objetivo de la Terapia Gestalt?


Es establecer la capacidad del organismo de darse cuenta y actuar sobre el ambiente para devolver la capacidad de autorregulación en esos ámbitos en que la ha perdido. Este proceso implica una reactualización de las creencias caducas y esto se realiza siempre a través de vivencias que nos permiten recuperar todo el potencial que hemos perdido. Es decir, la terapia establ no es una en donde el terapeuta ponga sus esfuerzos en convencer a la persona de actualizar sus creencias patológicas. Más bien, el terapeuta getáltico invita, a través de diversas técnicas, a que la persona retome el contacto con su autenticidad, su cuerpo, sus sentimientos, en fin, su ser. En Gestalt se plantea que si la persona logra establecer el contacto con aquellas partes de si misma que tenía negadas, podrá por sí misma ir descubriendo qué creencias y actitudes necesita dejar atrás y actualizar. Al mismo tiempo comenzará a recuperar el potencial que ha perdido para enfrentarse a los retos de su vida y para disfrutar y sentirse plenamente viva. Es así como también la persona podrá desarrollar el coraje de ser lo que es y actuar de forma íntegra.

Tal vez, una frase que pueda describir muy bien la actitud del terapeuta gestáltico es “sé lo que eres y actúa de acuerdo a eso”. Suena sencillo y desde cierto punto de vista lo es, siempre y cuando estemos dispuestos a dejar atrás algunos de los artificios que nos hemos creado.

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Información sobre cursos y talleres: http://gestaltymeditacion.blogspot.com/

Sufrimiento, Felicidad, los Tres Venenos de la Mente y Algunas Sugerencias para Buscadores

Este artículo lo he escrito en dedicación a mis alumnos y alumnas. Las palabras que siguen a continuación son fruto de las enseñanzas que he recibido de diversos hombres y mujeres quienes han sido mis maestros. También son fruto del trabajo que he podido realizar a través de la práctica de la meditación. Hay quienes dicen que uno realmente aprende cuando enseña y considero que eso es cierto. Por eso también mi agradecimiento a todos y todas ustedes.

Sufrimiento

Según Buda, en la vida hay sufrimiento. Esta afirmación constituye una de las cuatro verdades nobles del budismo. Esta es una afirmación obvia, sin embargo, vivimos aferrándonos a la idea de que es posible evitar el sufrimiento. Es precisamente esta actitud la que nos trae más sufrimiento. Alguien podría alguien decir “¡Pero qué absurdo! ¿acaso buscar la felicidad no es bueno?”. Por supuesto que la búsqueda de felicidad tiene un gran valor, el problema no radica aquí, sino en la creencia de que es posible dejar de sentir dolor.
Quiero hacer una distinción entre dolor y sufrimiento. Digamos que dolor es una experiencia inevitable que nos ocurre a todos. Por ejemplo, si me doy un golpe, duele. Si alguien cercano a mí muere, duele. El sufrimiento es todo lo que le agregamos a ese dolor. Si me golpeo, puedo empezar a pensar que la vida es injusta porque que me da golpes o, si alguien muere, puedo comenzar a temer al futuro porque ya no tendré a esa persona, enojarme con la vida porque me ha quitado a alguien tan importante y un largo etcétera de quejas y reclamos. Con esto, acabo añadiendo una gran cuota de sufrimiento al dolor que ya tenía. Quiero proponer entonces, que el dolor es una experiencia inevitable y el sufrimiento es una experiencia que nosotros creamos porque no estamos dispuestos a vivir el dolor que nos ha tocado vivir.
Creamos fantasías en las cuales seremos felices y el dolor habrá terminado por completo; “Cuando encuentre al amor de mi vida, ya nunca sufriré más y todo se me dará muy fácil… cuando consiga vivir en la casa que yo quiero ya no sufriré más y disfrutaré al fin mi vida con plenitud… cuando sea un profesional reconocido ganaré mucho más dinero y seré feliz… cuando logre dejar de tener este defecto de mi personalidad seré feliz… y un largo etcétera de fantasías en las cuales dejamos de incluir la obviedad más evidente: En la vida hay sufrimiento. Nuestras fantasías nos llenan de esperanzas durante un tiempo y, al mismo tiempo, de amargas decepciones.
En la vida hay dolor y en la medida que intentamos evitarlo, conseguimos sufrimiento. Podríamos imaginar la siguiente situación para ilustrar esta idea; supongamos que al nacer cada persona trae una deuda de dolor. Imaginemos que al nacer yo he traído conmigo 100 unidades de dolor que serán distribuidas a lo largo de mi vida. Cada vez que me resisto a experimentar la cuota diaria que me corresponde, lo que ocurre es que la deuda aumenta. Por cada minuto de resistencia a sufrir el dolor inevitable de la vida, gano un décimo de unidad extra de sufrimiento. Al cabo de sesenta minutos de resistirme al dolor inevitable ya he acumulado 6 unidades de sufrimiento extra. Así, invertimos casi la totalidad de nuestra energía en evitar el dolor durante las 24 horas del día… no es de extrañar que exista tanto sufrimiento en el mundo.
El empeño en evitar el dolor sólo puede basarse en la idea errónea de que es posible evitarlo. La única forma de llegar a esta conclusión tan absurda es no querer ver que el dolor es parte ineludible de la vida, es adormecerse para no ver lo obvio. Si no me contacto con la obviedad del dolor, entonces puedo imaginar cosas tan disparatadas como que un día se terminará para siempre. Para creer esto, es preciso adormecer los sentidos, adormecer la consciencia. Tenemos nuestro empeño puesto en mantenernos dormidos de modo tal de no sentir lo que no nos gusta de la vida. No estamos dormidos por casualidad, estamos dormidos porque nos esforzamos en mantenernos así.
Y no es sólo la evitación del dolor la que adormece la consciencia y nos trae sufrimientos evitables, sino también el apego a los estados y sensaciones agradables. No sólo queremos evitar sufrir, sino también queremos mantenernos en un estado de bienestar. No hay nada de malo en buscar el bienestar, de hecho, es sano y natural. Lo descabellado es que queremos encontrar estados bienestar ininterrumpidos y, si ese estado además hace que todo displacer desaparezca, tanto mejor. Pero esto no es posible.
Invertimos gran cantidad de energía y esfuerzos en prolongar el placer, nos mantenemos en estado de alerta causándonos gran estrés y tensión, porque sabemos que en cualquier momento la vida puede dar un giro quitándonos ese estado tan agradable que nos gusta. Nos quejamos por lo que no tenemos y quisiéramos tener, lloramos por eso que tuvimos y que ya no tenemos, planificamos el futuro, controlamos a los otros y a nosotros mismos para asegurarnos que lo agradable de la vida no se nos escape y manteniendo a raya al dolor. Así, somos capaces de rechazar muchas cosas buenas por que no están a la altura de lo que imaginamos que necesitamos para ser felices como queremos.
Para sintetizar, diré que la situación general es la siguiente: Creemos equivocadamente que es posible que en algún punto de nuestra vida se termine para siempre todo estado doloroso y encontremos un estado ininterrumpido de bienestar. Consecuentemente, hacemos muchos esfuerzos para evitar sentir el dolor que existe y procurarnos bienestar. Con esto conseguimos sufrir aún más de lo necesario. La única forma de sostener esta empresa descabellada es perder contacto con lo obvio, con nuestros sentidos, nuestro cuerpo, nuestro corazón. En este empeño creamos una serie de mecanismos psicológicos destinados a “traernos la felicidad eterna”, que paradójicamente, nos traen miserias mayores.

La Máquina Humana de Hacer Sufrimiento

Quiero dar un ejemplo acerca de los mecanismos que creamos para evitar sufrir, de modo que el lector pueda hacerse una idea general de cómo evitamos el dolor y conseguimos así mayores pesares. Estos mecanismos consisten en condicionamientos o hábitos o “robóticos” que hemos ido desarrollando para evitar el dolor inevitable. Estos mecanismos son conductas rígidas y repetitivas a nivel mental, emocional, kinésico, etc., que en su inicio fueron conductas deliberadas y conscientes, pero que con el pasar de los años se han vuelto automáticas y, en gran medida, inconscientes. A raíz de este funcionamiento automático, algo así como por causa del acostumbramiento, no sabemos que estamos evitando el contacto con la realidad. Esta es la condición dormida.
Un ejemplo. Pensemos en la persona que cuando tiene rabia, llora. Cuando no hay obstáculos para el contacto y la expresión de la rabia, lo que sucede habitualmente cuando una persona la siente, es que dice lo que le molesta y tiende a alejarse del objeto o persona que provocó la molestia. Esto suele ser bueno y natural. Sin embargo, expresar la rabia de forma directa, honesta y asertiva puede ser sumamente difícil. La persona en cuestión podría creer que si se enoja entonces la van a dejar de querer. Y podría haber sucedido que los padres de esta persona tienen poca tolerancia a la frustración y cada vez que se sienten confrontados o criticados retiran el amor a la niña. Así, la niña desarrolla la creencia de que cada vez que siente rabia, entonces se sentirá abandonada.
Entonces, la niña ahora adulta que no quiere “sentir otra vez más” la experiencia de abandono, llora cada vez que tiene rabia. Imaginemos además que aprendió que sus padres que “son tan buenos” no pueden ignorar a alguien que llora –aprendió que al llorar puede evitar sentir lo inevitable, el abandono-. Con el llanto se manipula a sí misma, cambiando su rabia genuina por pena falsa. También lo hace con sus padres, atrayendo con su llanto su atención y compasión para evitar el distanciamiento de ellos.
Esta expresión indirecta de la rabia puede además conseguir que los padres se sientan culpables y ella se perciba a sí misma como víctima. Ya que el llanto inspirado por la rabia suele generar en otros irritación, es posible que los padres se sientan irritados al ver a su hija llorar. Entonces la niña, convencida de que su llanto es de pena, podrá alegar que sus padres son poco comprensivos y que nunca se ponen en su lugar. También podría suceder que los padres son esa clase de personas que no pueden ver llorar a su hija porque eso los hace creer que han fallado como padres. Tal vez, estos “padres ejemplares” intenten calmar a su hija esforzándose por comprendiendo su desgracia… pero cuando lo intenten ella ya no tendrá interés en ser comprendida porque está enojada, y con sus lloriqueos intentará convencer a sus padres de que son incapaces de comprender a tan desamparada muchacha. Ellos se sentirán culpables y ella como una víctima, pero no abandonada. Así, todo se enreda y el conflicto real y la expresión real de sentimientos que amerita la situación, pasan a segundo plano. Todos terminan ocupados en resolver un asunto secundario que no tiene solución.
Es habitual que las personas que lloran cuando tienen rabia, casi no tengan consciencia de su enojo. ¿Cómo se hace esto? Para no sentir el enojo cuando se lo está sintiendo, es necesario realizar una compleja gimnasia muscular que detenga el contacto con el sentimiento. No sería de extrañar que la dama en apuros de nuestro ejemplo, después de pasar una rabia, obtenga un doloroso cuello lleno de contracciones y porqué no, un dolor de cabeza. Ya que sentir la musculatura del cuello tensa y rígida no es agradable, entonces no sería de extrañar que además, nuestra dama en apuros, distraiga su atención de esas sensaciones desagradables consiguiendo alejarse aún más de la posibilidad de entrar en contacto con lo que realmente le sucede. Finalmente, tiene rabia pero no lo sabe, tiene el cuello tenso pero no lo sabe, y de lo único que se entera es que quiere que todo esto termine. Tal vez también quiera tomar una aspirina.
Si hubiese expresado su enojo cuando correspondía no tendría dolor de cabeza, no tendría rabia, no tendría tensión muscular ni tampoco la necesidad de distraer su atención. Sin embargo, hubiese tenido que “sentir otra vez” o al menos, “arriesgarse a sentir” ese sentimiento que tanto teme, el sentirse abandonada. Sólo falta decir que el mecanismo de ignorar el enojo transformándolo en otra cosa se ha vuelto tan automático que la persona ni siquiera se da cuenta que existe.
Cuando bloqueamos y manipulamos nuestra capacidad de sentir, no sólo bloqueamos el contacto con las experiencias que nos disgustan, sino que también se dificulta el contacto con todas las demás experiencias. Así, vamos perdiendo poco a poco nuestra vitalidad y nuestra capacidad de ser quienes somos.
Como este mecanismo hay muchos más que utilizamos a diario, sin ninguna consciencia de que lo hacemos y así, vamos perdiendo la condición despierta. Elegimos, una y otra vez, falsear nuestra percepción de nosotros mismos y la realidad con tal de evitar encontrarnos otra vez con nuestras peores pesadillas.
Ejemplos de mecanismos como éste hay miles y sobre ellos se han escrito tratados de psicología. Me atrevo a decir que hay tantos mecanismos robóticos como personas en el mundo. Que este ejemplo sirva para que el lector pueda imaginar la cantidad de mecanismos automatizados que nos hemos creado para evitar contactar con el dolor inevitable y algunas de las consecuencias que esto nos trae.

Los Tres Venenos de la Mente

En el budismo se plantea que la raíz del sufrimiento son los tres venenos de la mente. De ellos ya he venido hablando hasta aquí y ahora los presento con sus nombres más conocidos: Ignorancia, Rechazo y Avidez -o Apego-.
La Ignorancia es la tendencia a adormecer la consciencia, perder contacto con lo obvio de la realidad, es un no querer ver lo que hay. El Rechazo involucra un no querer lo que se tiene, la negativa a vivenciar lo que se está vivenciando, lo que está sucediendo realmente. Habitualmente, rechazamos las sensaciones desagradables, las que no son placenteras. La Avidez o Apego corresponde a un querer lo que no se tiene, a querer vivenciar algo que no se está vivenciando. Desarrollamos avidez hacia las sensaciones agradables, quisiéramos volver a experimentar las hermosas sensaciones y experiencias que tuvimos en el pasado o las que imaginamos que podríamos tener en el futuro.
Estas tres tendencias de la mente, Ignorar, Rechazar y Desear, son el origen del sufrimiento evitable de la vida. Si aprendiéramos a no ignorar, no rechazar y no desear experiencias que no tenemos aquí y ahora, sufriríamos mucho menos, sólo el dolor inevitable. De todos modos podríamos estar en paz con él. Según Buda, son los tres venenos de la mente los responsables de todo el sufrimiento evitable de la vida.

Felicidad

Entonces, podría decir alguien, “si no rechazo lo desagradable ni busco lo agradable, ni tampoco ignoro lo que está sucediendo… ¿para sufrir menos tendría que vivir como un vegetal, dejando que me suceda cualquier cosa sin reaccionar? ¡En el mejor de los casos me voy a hundir en un infierno de aburrimiento y en el peor en una angustia mortal!”
Estamos tan habituados a vivir de acuerdo a la tiranía de los tres venenos de la mente, que creemos que esta es la única forma posible de vivir. Creemos que la única forma de sostener alguna clase de felicidad es manipular la realidad haciendo algo. Pensamos así; “si no hago algo para cambiar la realidad, seguro me va a ir mal.” Nos hemos convencido de que si en algún punto de nuestra vida hemos alcanzado algún bienestar es porque hemos sido capaces de controlar las cosas, controlarnos a nosotros mismos, controlar a los demás, controlar el destino, el universo.
En sánscrito, el idioma sagrado que se usa en india, hay una palabra: Ananda. Una traducción podría ser “Felicidad sin Causa”. Cuando la mente está libre de estas tendencias negativas y estamos en contacto con nosotros mismos, sin rechazar o desear una experiencia distinta a la que tenemos en el aquí y ahora, sin intentar cambiar absolutamente nada de lo que estamos vivenciando, experimentamos la felicidad sin causa. Este estado se manifiesta de forma espontánea, sin buscarlo, precisamente cuando abandonamos toda búsqueda. Esta felicidad sin causa no está fuera de nosotros, no es algo que tenemos que conseguir, es simplemente una característica de la mente que se manifiesta si se dan las condiciones apropiadas. Es como el agua, que al ser sometida a ciertas condiciones cambia de estado –líquido, gaseoso o sólido-. La mente, cuando no está contaminada por los tres venenos, manifiesta su propiedad de Bondad Fundamental, de Felicidad sin Causa, Ananda.
No se entienda mal esto último, cuando la mente se encuentra en este estado no significa que no exista más dolor, lo que sucede es que cualquier experiencia que se esté manifestando coexiste con la experiencia –no una idea o intelectualización- de que todo está bien tal cual es. Puedo estar siendo víctima de una terrible enfermedad y al mismo tiempo estar en contacto con este estado de tranquila aceptación. No cambia nada, la única diferencia es que nuestra consciencia establece una forma de relación distinta a la habitual con las experiencias que tenemos. Si nos duele una mano podemos reaccionar con rechazo ante la molestia –lo cual añade una cuota mayor de sufrimiento al simple dolor-. O bien, nos puede doler una mano, y simplemente nos duele una mano –no quitamos ni añadimos nada a la experiencia, estamos en paz con ella.
Cuando vemos el mundo desde la perspectiva que nos dan los tres venenos, vemos un mundo hostil del cual defenderse. Cuando nos vemos a nosotros mismos desde la perspectiva de los tres venenos, vemos un ser al que hay que controlar, nos volvemos enemigos y fóbicos de nosotros mismos.
Al ampliar nuestras percepciones y aceptar las experiencias tal cual vienen, lo que vemos es una vida que se vive, con altos y bajos. Cuando tomamos nuestro dolor y lo acogemos tal cual es, sin añadirle nada ni quitarle nada, nuestro corazón comienza a florecer. Desarrollamos el coraje de vivir. Desarrollamos también la compasión, sabemos que no somos los únicos que sufren. Comprendemos que el sentido de la vida tal vez no sea evitar el dolor y buscar el placer, sino vivir el dolor y el placer. Comprendemos que este intento ha fracasado desde el comienzo porque no es posible erradicar el dolor. Comenzamos a experimentar que la vida consiste en ser lo que se es, aunque duela. En esto hay un gran tesoro y un gran misterio.
No hay nada de la realidad que tenga que cambiar, lo único que necesita cambiar es nuestro estado de adormecimiento. Es preciso que despertemos nuestra consciencia, que recontactemos nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestras emociones… que podamos estar presentes y vivenciando el aquí y el ahora tal cual es.
Quiero recalcar que aceptar la realidad tal cual es no supone quedarse en un estado de pasividad total. Alguien podría pensar erróneamente que cuando digo que nada tiene que cambiar quiero sugerir que estaría bien, por ejemplo, dejarse maltratar sin hacer nada. No quiero decir que si alguien me está agrediendo deba quedarme a recibir los golpes. Las personas que permiten agresiones no están en contacto consigo mismas. Una persona que se deja atropellar por un tren no está viendo que viene el tren a pesar del estruendo que este provoca. Si me permito estar en contacto con lo que me sucede en una situación de agresión, lo natural y espontáneo es que me defienda, es que sienta la necesidad de hacer algo y lo haga. A veces, permitimos que nos agredan porque tenemos miedo a entrar en un conflicto mayor. En definitiva, porque queremos evitar el dolor.
Carl Rogers expresa con mucha claridad que estar en contacto con uno mismo no es estar pasivo. Lo cito a continuación:

“Algunos piensan que ser lo que uno es significa permanecer estático. Creen que un propósito o valor como el enunciado es sinónimo de fijeza o inmovilidad. Nada podría estar más lejos de la verdad. Ser lo que uno es significa ingresar de lleno en un proceso. Cuando uno desea ser lo que realmente es, el cambio se ve estimulado, incluso alcanza sus máximas posibilidades. Por cierto, la persona que acude a la terapia, por lo general, niega sus sentimientos y reacciones. A menudo se ha esforzado durante años por cambiar, pero se encuentra fijado en estas conductas que lo perturban. Las perspectivas de cambio surgen sólo cuando puede ser él mismo, ser aquello que hasta entonces había negado en sí mismo.”[1]

Bien, y ¿Ahora Qué?

En nuestro empeño por evitar el sufrimiento, nos hemos condicionado a nosotros mismos y desperdiciamos casi toda nuestra energía –y nuestra vida- en mantener funcionando nuestros mecanismos robóticos de evitación de contacto con la realidad. Es preciso comenzar primero a estudiar cómo están fabricados nuestros mecanismos para luego desmontarlos. Este es un trabajo arduo, que si bien vale la pena, pocas personas realizan y pocas personas están dispuestas a realizar. Para esto, además de coraje, se necesitan herramientas adecuadas, disciplina adecuada, guía adecuada. Sin estas cosas, tal vez sea imposible desmantelar el mecanismo de hacer sufrimiento.
Uno de los aspectos más básicos que es necesario desarrollar para emprender este camino, es la capacidad de darse cuenta. No es un darse cuenta reflexivo, es decir, no es algo así como la capacidad de hacer cálculos matemáticos o considerar argumentos lógicos; es más bien la capacidad de percibir-sentir lo que sucede aquí y ahora. Es la capacidad de contactar la realidad de forma directa e inmediata, no de pensar acerca de ella.
La capacidad de darse cuenta de la que hablo no sólo es una capacidad no reflexiva de percibir, sino que también implica una actitud ecuánime frente a las experiencias. Con ecuanimidad quiero hacer alusión a la actitud de aceptar las experiencias tal cual son, sin intentar cambiarlas a nuestro gusto, permitiéndonos vivenciar las experiencias tal cual como se las está vivenciando. Es decir, una actitud de no rechazar la experiencia, no desear otra experiencia y no ignorar la experiencia. La mente ecuánime sería algo así como la mente libre de los tres venenos. La mente ecuánime percibe la realidad tal cual es.

Con la esperanza de que se pueda comprender un poco mejor a qué me refiero, propongo el siguiente ejercicio:
Siéntate en una postura en la que tu espalda esté erguida, sin estar demasiado tensa. Mantén tus ojos cerrados. Durante unos quince minutos dedícate simplemente a sentir tu cuerpo. No pienses en él, sólo siéntelo. Toma consciencia de los sitios en donde hay sensaciones desagradables, dolorosas, y también en donde experimentas sensaciones agradables. Es probable que comiences a pensar en las causas de las sensaciones, que comiences con un diálogo interno que podría ser como el que sigue; “claro, mi cuello está apretado porque pasé una rabia hace un rato. Ya no soporto más que me insistan con temas tan molestos. Ah… qué agradable sensación tengo en mis piernas, es que estuve caminando un rato… bla, bla, bla.”.
No le des importancia al diálogo, tampoco intentes hacer que desaparezca ya que el diálogo interno también es parte de tu experiencia tal cual es. Simplemente presta más atención a sentir en vez de sumergirte en los comentarios mentales[2], mantén tu atención en la experiencia de sentir, de percibir, de simplemente darte cuenta. La mayor parte del tiempo, en vez de destinar nuestra atención a vivenciar las experiencias, la volcamos por entero en nuestros diálogos mentales. Cuando te des cuenta de que estás haciendo eso, vuelve a las sensaciones.
Mantente totalmente inmóvil, no te muevas, no te acomodes… habitualmente nos movemos para evitar sentir algunas sensaciones, si te mantienes inmóvil será más difícil evitar sensaciones. Esto facilitará el darse cuenta y por lo tanto, la actitud ecuánime. Sólo siente, sólo observa. Toma consciencia de aquellas sensaciones que no quieres sentir, date cuenta de cómo rechazas, qué haces para no sentir alguna sensación que te desagrada. Una forma de evitar sentir algo, es tener un diálogo como el anterior en el cual resolvemos “nuestro problema”, es decir, pensamos qué es lo que vamos a hacer para que se nos pase lo que sentimos. Con frecuencia cuando estamos experimentado algo que no nos gusta, tensamos algunos músculos. Otra forma habitual de evitar el contacto puede ser hacer algo; moverse, ignorar la sensación y poner la atención en sensaciones más agradables, pensar en lo que haremos después, intentar relajarse… en síntesis, intentar algo que no sea simplemente observar y percibir lo que hay.
Otra forma sutil de perder la ecuanimidad, es rechazar la experiencia de no poder dejar de rechazar una experiencia o sensación. Si de pronto descubres que te estás empeñando en no sentir algo y no puedes dejar de hacerlo, entonces la práctica de la ecuanimidad consistirá en permitirte vivenciar la experiencia de estar rechazando esa experiencia. Lo mismo vale para el deseo o avidez. Si te descubres deseando una experiencia que no está sucediendo, por ejemplo, si estás todo el tiempo esperando relajarte y tener un momento de paz y te das cuenta que no puedes dejar de esperar esa experiencia, entonces permítete vivenciar plenamente la experiencia de no poder dejar de desear tener una experiencia agradable.
Si realizas el ejercicio que acabo de proponer, me atrevo a afirmar que será muy posible que experimentes alguna de las tres siguientes cosas; un estado muy grato de bienestar, la segunda, un estado muy desagradable donde casi no te resulta posible llevar el ejercicio a término y la tercera, una mezcla de ambas cosas. También puede ser que pasen los minutos sin que suceda nada en particular.
Si experimentaste algo agradable no quiere decir que lo hayas hecho mejor, sólo quiere decir que en ese momento en que observaste, sólo había sensaciones agradables, simplemente así fue la realidad. Si experimentaste sólo sensaciones desagradables no quiere decir que lo hiciste mal, sólo quiere decir que en ese momento había sensaciones desagradables, simplemente así fue la realidad.
Constantemente estamos haciendo juicios llamando a lo desagradable “Malo” y a lo agradable “Bueno”. Al hacer esa clase de juicios desarrollamos avidez, deseo e ignorancia. Evita fortalecer tus juicios de que debido a que no te estás sintiendo como quieres, el ejercicio es malo o que lo estás haciendo mal. Lo mismo vale para los juicios positivos.
Si realizas el ejercicio, hazlo con el fin de tomar consciencia de tus tendencias a rechazar, ignorar y desear y no con la intención de tener una experiencia agradable o trascendente o impresionante... Es posible, que por algún espacio de tiempo breve, encuentres la actitud ecuánime. En caso de que esto suceda es muy probable que tomes consciencia de que tu experiencia no es diferente, el dolor no duele menos ni el placer es menos placentero, sino todo lo contrario, tu consciencia de las sensaciones se vuelve un poco más aguda y precisa. Sin embargo, sea lo que sea que experimentes, placer o dolor, alcanzas a tocar una sutil sensación de paz, la experiencia de estar aquí y que sin importar lo que esté sucediendo, estás en paz con eso y, a la vez, en contacto con eso.
Esta es la felicidad sin causa, esto es la bondad fundamental, siempre ha estado ahí... si no te habías dado cuenta es porque tu empeño en aferrarte y controlar tu destino te tenía demasiado ocupado/a.
Insisto entonces; el objetivo de este ejercicio no es relajarse, sino observar y mantener contacto de forma ecuánime con la realidad.

Algunas Sugerencias para Buscadores

Es mi opinión que cualquier camino que pretenda desarmar los mecanismos de evitación de contacto con la realidad que sea efectivo, debe necesariamente desarrollar la capacidad de un darse cuenta ecuánime. Si no desarrollamos ecuanimidad, entonces no haremos más que perpetuar nuestra máquina de crear sufrimiento. Nuestra relación con la realidad seguirá siendo la de quién le dice a Dios cómo debe hacer las cosas. Los seres humanos debemos encontrar nuestro lugar, debemos tomar la vida que se nos entrega tal cual es, eso nos hace humanos, nos hace crecer, nos permite ser lo que somos.
El ejercicio que acabo de proponer no es más que un sencillo experimento que puede dar profundidad a las palabras que he escrito. Si se quiere comenzar a desmantelar los mecanismos robóticos de hacer sufrimiento, es preciso sostener una práctica disciplinada, con los métodos adecuados y la guía adecuada. El ejercicio que propuse está inspirado en la técnica de meditación Vipassana, una antigua práctica enseñada por Buda hace miles de años. No es mi intención en este artículo enseñar alguna técnica de meditación, sólo he propuesto un ejercicio ilustrativo y no una técnica de meditación que, espero, pueda ayudar a comprender con algo más de profundidad las ideas que he expuesto.
Para quien tenga la intención sincera de trabajar consigo mismo, yo sugiero que busque guía. Es muy difícil despertar cuando uno está dormido. El que duerme no sabe que duerme y tiene sueños en los que puede alucinar despierta.
Existen muchísimos caminos. Mi convicción es que cualquier camino de crecimiento que sea profundo considerará como elementos importantes nociones como las que he mencionado hasta aquí. Tal vez con lenguaje diferente pero con el mismo norte; ecuanimidad, darse cuenta de la realidad tal cual es, no manipulación, aceptación y contacto con el dolor y la experiencia en el aquí y ahora, el contacto con las sensaciones corporales, etc.
Hoy existen múltiples ofertas de sanación e iluminación en donde se transmite de forma sutil o explícita la idea de que es posible, con alguna técnica determinada, hacer que las cosas sean como uno quiere, que es posible hacer que el dolor desaparezca para siempre. También a veces dicen –o uno quiere creer- que si el dolor aún no ha desaparecido es porque no hemos empleado la técnica lo suficientemente bien. ¡Pamplinas!.
Existen técnicas que permiten manipular el estado de consciencia en el que estamos y consiguen inducir ciertos estados placenteros. Al conocerlas, muchos de nosotros creemos erróneamente que nos pueden llevar a erradicar el dolor, porque al menos por un rato, nos sentimos mejor –así también fortalecemos la avidez-. Estamos demasiados deseosos de creer que el dolor podrá acabar si encontramos la píldora adecuada. No hay píldoras para cambiar la realidad, la realidad es tal cual es. La realidad no es como quisiéramos, es como es. No es tan mala como tememos que sea, ni tan buena como quisiéramos que sea.
El ingenuo que compra estos caminos habitualmente recorre un largo callejón sin salida y suceden una de dos cosas. Busca otra técnica que le parezca más efectiva creyendo que está creciendo cuando en verdad sólo fortalece sus mecanismos robóticos – frustrándose una y otra vez ya que sigue manteniendo sus mecanismos de hacer sufrimiento intactos-, o al fin acepta que el sufrimiento es parte de la vida y aprende a tener una relación sana con éste.
Espero que estas palabras puedan ayudar al lector interesado a recorrer un camino un poco menos largo antes de comprender que la vía hacia el crecimiento sólo es posible cuando aceptamos la realidad tal cual es y no cuando intentamos manipularla –y manipularnos- a nuestro antojo.
Un camino genuino nos va a llevar a reconocer, acoger y sentir lo que nos toca vivir, ¡no hay atajos!
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Notas
[1] Rogers, Carl, “El proceso de Convertirse en Persona”, pág. 160. Editorial Paidós, Barcelona, España, 1972.
En esta cita, Rogers se refiere al proceso terapéutico en la terapia centrada en el cliente y, en este artículo, yo he utilizado diversos conceptos que están más relacionados cerca del budismo. Considero sin embargo, que cuando Rogers se refiere a que la persona sea sí misma, está en absoluta consonancia con la idea budista de estar en contacto “con la realidad tal cual es”.
[2] También es posible “sentir” o “darse cuenta” de los pensamientos en vez de involucrarse en su contenido. Habitualmente en vez de darnos cuenta de nuestros pensamientos, estamos “inmersos dentro de ellos”, creyendo que lo que ellos dicen es la realidad. Tomamos como realidad el contenido de nuestros pensamientos, cuando la verdad es que el contenido de nuestros pensamientos es sólo una parte de la experiencia total de estar en el aquí y el ahora. Durante el ejercicio, si prestas atención a tus pensamientos, intenta sólo darte cuenta de ellos, verlos, degustarlos… intenta no ser los pensamientos, no pensarlos, sino verlos desde afuera, “sentirlos”, “escucharlos”.
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Por Tomás de la Fuente H.
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